Sin antifaz
En griego antiguo “persona” significa “máscara”, la misma que oculta imperfecciones y en la civilización del espectáculo es el reflejo de conquistas materiales, hasta que el paso por el tiempo deja ver el rostro auténtico que se muestra en la ruta espiritual de la existencia humana.
En un mundo donde las diferencias sobresalen más que lo que debe unir a la humanidad, algunos, convierten sus razones en violencia, mientras que otros, buscan tejidos de armonía con hilos de equidad, justicia, inclusión y desarrollo social. Justamente, quienes arrojan sin escrúpulos la decencia, reclaman para los demás la justicia shakesperiana, perfecta y vengativa. A la vez, en la otra orilla se considera que debe buscarse una resignificación social a través de una justicia chejoviana, imperfecta y restaurativa para llegar al perdón, que por demás exige un equilibrio entre justicia, memoria y verdad, e intentar de esta manera romper el ciclo de venganza.
El verdadero reto está en superar el grado de barbarie y arrasar la cosecha de dolor humano, jubilar la tortura en el cuerpo y el alma, las tempestades de las locuras de la guerra, el fuego verbal, el terrorismo con su rostro que desgarra vidas inocentes.
Quizá esta época de adviento con su especial significado de fe, esperanza y humildad, sirva para salir de la niebla cerebral y demostrar que no tenemos el cerebro roto, para buscar el norte que permita construir un futuro posible que nos permita convivir sin perder la “memoria”
Pueda ser que la temporada navideña, despoje el antifaz odioso de la vergüenza, huellas del olvido y la soberbia. Que en su lugar, la alegría se presente con vivas expresiones de amor, en abrazos de cariño, miradas dulces y manos solidarias que den respuesta al lamento de los marginados y condenados al silencio, que la música apacible opaque el pesimismo que sirve de comején a la desesperanza, y finalmente, que la caridad cristiana fortalezca el espíritu.
Ya se viaja en el vagón de diciembre desde donde se observa las cubiertas solferinas hacia la ruta hogareña, con la ilusión de mejores días abrigados con la fe, la sonrisa del perdón desde el corazón, pero especialmente, con la esperanza que las acciones y comportamientos de quienes dirigen el destino de los pueblos deje de ser la competencia en un mundo convulsionado y desigual, donde se permita vivir en armonía como lo merecemos todos.
Es cierto que el camino hacia la verdadera convivencia está llena de intentos fallidos, pero debemos aprender de esas lecciones que llamamos fracasos y con ellas construir experiencias para mejorar el futuro. Plantear y proponer, identificar metas a corto y largo plazo que permitan entender qué debe priorizarse en cada momento, porque <<Al final, somos un solo pueblo y una sola raza, de todos los colores, de todas las creencias, de todas las preferencias. Nuestro pueblo se llama el mundo. Y nuestra raza se llama humanidad>>
Una invitación a dejar el antifaz…