La sangre de los toreros (segunda parte)
En el anterior artículo, hacíamos referencia que existen cornadas de diferentes clases y gravedad. Una de las que podríamos encasillar como “limpia”, es aquella que no ha tocado vísceras ni venas importantes, pondremos dos ejemplos ya ocurridos:
Uno: la cornada que recibió Manuel Rodríguez “Manolete” en Madrid, 22 de junio de 1944, por el toro “Ratón”, del ganadero portugués Pinto Barreiro.
Otro: la también sufrida por Antonio Ordóñez, 14 de de agosto de 1958, en San Sebastián, asestada por un toro de Carlos Núñez, por cierto, le brindó la muerte de esta res a la emperatriz Soraya (esposa del Sha de Persia), que se encontraba en el tendido.
Tanto Manolete, como Ordóñez, se mantuvieron en el ruedo hasta despachar a sus agresores. Ambos matadores con fuerte hemorragia que brotaba de sus piernas, se negaron activamente su ingreso a la enfermería, amparándose en la heroicidad y valentía, a cambio de esta imprudencia, podían haber perdido la vida desangrados o severas mutilaciones, aún así, fueron capaces de cortarles las orejas a sus enemigos.
Siempre que se produzca una cogida en cualquier plaza, a los toreros les influye el ánimo a su favor al saber que existen buenos cirujanos y una enfermería bien dotada de medios. Pero también muchos pensamientos les pasan por la mente, aunque estuviesen ya acostumbradas estas personas por otros percances anteriores.
Las cogidas son angustiosas para todos, aún mayor, si reconocen que la cornada ha sido fuerte.
Igualmente existen diestros que, en los momentos graves, se revisten de valor y dominio absoluto, demostrando serenidad.
Los toreros heridos, observan todo aquello cuanto gira a su alrededor, todos entran en una situación de inquietud para que sea rápida la intervención, y todavía mas, cuando perciben demora o incertidumbre por parte de las asistencias. Pero también los hay sobrados de entereza, que se sobreponen a esa inquietud satisfaciendo su espíritu, pidiendo calma y tranquilidad para todos.
Si alguna cornada fuese de extrema gravedad, hay diestros que desconfía de su salvación, entonces se les encamina un estado anímico-álgido-depresor, conduciéndoles al shock de hemorragia-anémico. Recordemos a los malogrados “Manolete” y “Paquirri” de sus últimas y angustiosas palabras momentos antes de morir (que ahora no quiero ni nombrarlas por su contenido tan desesperante).
¿Cuántos habrán pronunciado frases agónicas y semejantes a las que exclamaron los dos infortunados diestros antes mencionados? ¡Pues, imagínense ustedes… cientos!
La fiesta de los toros ha inmortalizado cosos taurinos por la sangre derramada de toreros que empaparon la arena de sus ruedos sin tener salvación, entre otros: El Puerto de Santa María, Madrid, Ronda, Granada, Valencia, Málaga, Hinojosa del Duque, Barcelona, Talavera de la Reina, Manzanares, Zaragoza, Linares, Sevilla, Villanueva de los Infantes, Pozoblanco, Colmenar Viejo o Teruel, pasando todos a los anales de la historia, como también plazas siempre recordadas, porque en ellas entregaron sus vidas personas humanas y valientes.
Los toros seguirán hiriendo y matando a toreros, otros escaparán de la tragedia, pero la fiesta continuará su andadura cobrándose más vidas, porque el infortunio en el ruedo suele estar muy alerta, aunque sea de tarde en tarde cuando haga su aparición.
Pero también habrá que pensar, que el toro no siempre mata ni hiere cuando coge. Es una dimensión trágica y a la vez alegre.
Haciendo recopilación y memoria de las tragedias mortales habidas en la historia del toreo, diremos que más de mil víctimas de profesionales dejaron de existir en los ruedos, además de otro millar largo, de personas cercanas a la fiesta de los toros, como: mayorales, vaqueros, aprendices, maletillas, espontáneos, corredores, recortadores, aficionados, etc., sin contar las muchísimas víctimas que hubo en otros tiempos pasados, entre los siglos XIII al XVII, que no llegaron a contabilizarse.
Por eso pienso, que ser torero es un difícil privilegio, alcanzando muy pocos el don de serlo. Yo diría que hay que nacer para ello y ser un valiente para enfrentarse a la bravura de una fiera incierta. ¡Que Dios les extienda la mano a todos/as…!