La sangre de los toreros (Primera parte)
Ciertamente, el torero cuando está lidiando y es cogido, nunca se puede adivinar que si no le marcó ni tampoco el motivo del percance. Algunos comentan haberlo vaticinado o presagiado, pero lo más cierto es que haya sido por descuido o negligencia.
La cornada a un diestro, es un accidente fortuito que incide en sí mismo por haber elegido un trabajo para su vivir y bienestar, aparte de su pasión y cariño a la profesión. No hay ninguna razón que se le pueda imputar a nadie, por ser un acto exclusivamente voluntario del sujeto.
Todas las cornadas que reciben los toreros, son por hechos personales que se han ido originando para poder ejercerlos en una fiesta taurina, en la que arriesgan sus vidas ante una fiera indómita, que a través de los tiempos la orientaron a un festejo multitudinario, tradicional y de raíces puramente hispanas.
Siempre fue este espectáculo comandado y organizado por la nobleza, militares y clero, convirtiéndolo en un ceremonioso ritual para conmemorar fechas relevantes o patrióticas.
Con posterioridad se perfeccionó y se encaminó a una fiesta popular de diversión para todas las clases sociales, confluyendo todo en una lucha artística que es vida, a costa de la propia vida.
Expresado con estos mínimos detalles el origen de la fiesta de los toros, que se remonta desde el siglo XIII, me centraré únicamente en comentar un poquito sobre las heridas por asta de toro. Tales heridas nunca son fieles a la relación que existe entre el objeto agresor y la lesión producida, debido a que el cuerno del animal impacta y aguijonea sin control sobre una base, pudiendo ocasionar múltiples destrozos con distintas trayectorias o diferentes direcciones interiores.
En la cornada se dan dos elementos ante un movimiento desigual: uno es el cuerpo del torero, y el otro el pitón del toro. No es solamente la profundización del cuerno abriendo carnes en un punto cualquiera, sino por el lugar donde penetra. El impacto pudiera que fuese en un sitio vital y producir la muerte de la persona.
Entre las muchas y diferentes cornadas que puedan existir, vamos a comentar únicamente una de las más graves. Es aquella que transporta ese “veneno” impregnado en los pitones astillados por la suciedad del ruedo o rozaduras de las tablas pintadas de la barrera, como también de las partículas del tejido del vestido de torear, incluso las hilaturas del peto o cerdas del caballo de picar.
Todo ello es fácil como lógico de introducir y depositar en el fondo de la herida, por lo que agrava muchísimo más el diagnóstico de la persona dado a los destrozos e infecciones que puedan ocasionar.
Por donde entre o pase la asta del animal, según criterios de algunos cirujanos taurinos, la herida nunca cauteriza por el hecho híper-térmico del enfurecimiento e irritación del toro durante su lidia, nada de ello influye, ni tampoco la res guarda una relación precisa entre la forma del cuerno y la cornada.
Muchas veces, el diestro en caliente, no percibe encontrarse herido, incluso negarse rotundamente con sus mismos compañeros para que no lo trasladen a la enfermería.
Hay heridas que, por disposición anatómica de la persona, apenas sangran en el momento de la cogida al no destrozarle venas importantes, pero pudiera ser que se desvanezca rápidamente en el ruedo por llevar una grave y profunda cornada.
También es muy corriente que ocurra, debido a la elasticidad opresiva del vestido de torear sirva para comprimir el boquete de la herida, y amparándose el torero en ello, piense que no existe o reviste grandes consecuencias, cometiendo negligentemente una enorme torpeza al no querer ingresar en la enfermería para ser asistido. Sin dejar de comprender el buen aficionado, la honradez y vergüenza torera que derrochan la mayoría de las veces estas valientes personas.