Las sandalias del pescador
Pues de la misma forma inopinada que llegó, así se ha ido. El día después de haber impartido la bendición «Urbi et Orbi», tras reunirse con el vicepresidente norteamericano Vance y después de dar un último paseo en el papamóvil por la Plaza de San Pedro. Fue un adiós a su manera y como le gustaba: próximo a la gente.
Dicen quienes le acompañaron, que sus últimos momentos fueron serenos y que el óbito se desarrolló de manera discreta y en paz, paradójicamente, más que lo que fue su periplo en la tierra.
De esta forma culminaba el pontificado del primer papa latinoameriano y que se había iniciado un 13 de marzo del 2013.
Aún cuando será el tiempo el que asiente las cosas dando luz y perspectiva a su accionar, hay opiniones para todos los gustos respecto a la valoración de su controvertido apostolado. Pero no puede resultar extraño que las más lacerantes críticas obedezcan a actitudes o pronunciamientos políticos, demasiado ideologizados, que no escatimó ni disimuló en ningún momento este Papa jesuita, número 264 en el legado de Pedro.
Dentro de las críticas que podrían corresponder a su escoramiento a posiciones izquierdistas citaremos algunas:
Se dice que sus gestos, discursos y palabras resultaron siempre complacientes con Maduro y el régimen chavista hacia el que, en realidad, nunca vertió críticas severas ni en los momentos de mayor abuso por parte del sátrapa bolivariano. Se publican estos días comentarios de Felipe González donde éste refiere, con tristeza y pesadumbre, cómo le pidió reiteradamente algún tipo de actuación condenando la represión contra el pueblo, sin que tal petición fuera escuchada. «No se mojó lo suficiente», ha sido la sutil y diplomática frase de Gonzalez sobre este tema.
También, cuentan los lugareños que conocieron sus pasos de obispo y cardenal en su natal Argentina, que fue íntimo amigo de los Kirchner y, al igual que con el chavismo, tampoco criticó los excesos del matrimonio peronista ni la ruina y expolio a que sometieron el país durante tantos años.
Se dice, también, que la diplomacia empleada no fue acertada ni anduvo fina a la hora de mostrar su querencia anticapitalista, cosa que se hizo tan evidente que hasta Pablo Iglesias —radical y comunista donde los haya— proclamó con satisfacción y regocijo «el Papa está en mi misma barricada». Además, las afinidades políticas entre el Santo Padre y nuestra ministra «anuente» han sido notorias, pero extrañas, si se piensa que los principios y creencias religiosas de ambos eran —se supone— absolutamente antagónicas. Lo mismo que con Manuela Carmena, a la que, parece ser, profesaba una gran devoción el Santo Padre fallecido.
No pasaron desapercibidas estas afinidades y, en consecuencia, ahí está el ensayo del italiano Lois Zanata, titulado «El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres», en donde se evidencia su empatía con líderes izquierdistas revolucionarios como López Obrador, Rafael Correa y Evo Morales, compartiendo con ellos un discurso común cargado de los clásicos tópicos populistas como la victimización del tercer mundo y la deuda moral de los países capitalistas.
También fue muy sonado su viaje a la Habana donde, por una parte, mostró gran efusividad y empatía con el dictador Fidel Castro pero, por otra, rechazó reunirse con la oposición y con los sacerdotes que sufren represión —precisamente por defender la fe católica— en un país rabiosamente comunista y anticlerical. Y ya, por temor a molestar al sátrapa cubano, tampoco quiso reunirse ni tener un gesto caritativo hacia las damas de blanco.
Ha sido recientemente cuando, desde su particular visión del asunto, sorprendió al mundo occidental el emplear la misma narrativa que Rusia para hablar de la invasión de Ucrania. De hecho, puso en el mismo lado de la balanza a la víctima y al victimario. Una actitud, piensan algunos críticos, no sólo injusta y desacertada, sino también muy poco piadosa con un país cruelmente invadido.
En definitiva, con este tipo de gestos mostró, sin ningún tipo de sutileza ni la fina diplomacia que siempre caracterizó a sus predecesores, una actitud afín e identificada notoriamente con los postulados de una izquierda extremista, radical y nada cristiana.
En otro orden de cosas, tal vez menos políticas, pero de gran sensibilidad para los creyentes españoles y con ribetes de filias y fobias complejas de entender, está el hecho de que jamás quisiera viajar a España, cuna del catolicismo —parece ser que aún nos veía como el oprobioso imperio que tiranizó a los pobres indígenas—, cuando su predecesor Juan Pablo II lo hizo en cinco ocasiones y Benedicto XVI en tres. Y eso, a pesar de la importancia mística que tuvieron los fastos conmemorativos del 500 aniversario de Santa Teresa de Jesús, así como la invitación para visitar el sepulcro del apóstol Santiago con motivo del Año Santo Compostelano. Y si esto fue duro de entender y asumir por los fieles españoles, también lo fue para una gran parte de los religiosos jesuitas cuando igualmente se negó a acudir a orar ante la cripta de San Ignacio de Loyola, coincidiendo con los 500 años de la Revelación y formación de la Compañía de Jesús.
Ahora bien, en el otro lado de la balanza están sus planteamientos en cuanto a llevar la iglesia a los homosexuales, a los divorciados, su acercamiento a otras confesiones religiosas y su firme lucha contra la pederastia en el seno de la iglesia. Aunque, cierto es, que no se atrevió a tocar el papel de la mujer y darle mayor relevancia y protagonismo religioso, alegando que era «un problema teológico».
En definitiva, el Papa Francisco, antes Jorge Mario Bergoglio, por más investido que fuera con ropones, oropeles, curias y boatos vaticanistas, no dejaba de ser hombre. Y como hombre y como todos los hombres, tuvo afectos y desafectos, así como tuvo aciertos y errores.
Ahora, culminada su vida, será la historia quién le juzgue conforme hayan sido sus merecimientos y, con el rigor que merezca, le será aplicado aquel versículo de Mateo «por sus frutos los conoceréis» que, por cierto, fue dicho para advertir a los seguidores de Cristo de algunos falsos profetas que, vestidos de ovejas y hasta con mitras papales, por dentro son lobos rapaces.
Hoy, con su entierro, el mundo católico pone fin a un periódo pero también marca el comienzo de otro nuevo que estará determinado por la impronta del sucesor —hombre al fin y al cabo— y que pronto comenzará con el clásico «Habemus papam».
Y no le vendría mal al mundo que el nuevo Pontífice asuma, de verdad y no solo como parafernalia e imagen, algunos hechos de aquel Jesús que murió crucificado y, ya de paso, recuerde y envíe algún mensaje de esperanza a esas gentes que sufren tiranías en sus propios países y, con ello, dignifique las sandalias del pescador.