Ricardo Bada y la picaresca española
Nos conocimos en el cementerio de Montparnasse de París, una mañana fría de febrero de 1984. Allí, los cronopios del mundo, teníamos la última cita para despedir al escritor argentino, Julio Cortázar, quien acababa de fallecer.
Entre los cientos de asistentes que allí acudieron, alcancé a identificar a Jacques Lang, el exministro de Cultura del expresidente francés François Mitterand, la escritora nicaragüense Claribel Alegría, el escritor argentino Oswaldo Soriano, y el autor colombiano, Plinio Apuleyo Mendoza.
Hacia el mediodía, cuando el campo santo comenzaba a desocuparse, nos quedamos frente a la tumba, José Alias, un punki y actor de cine de Malasaña, que había tomado el tren Madrid-París para darle el último adiós al Cronopio Mayor; el escritor Ricardo Bada, de Huelva, España, que vivía en Colonia, Alemania, junto con su mujer Dinny Hansen, y era periodista de Radio Deutsche Welle, que había tomado el tren Colonia-París; el conserje del hotel Claridge, de Buenos Aires, que se encontraba de vacaciones; y el autor de esta columna.
Mientras nos apurábamos un güisqui, que José Alias había traído en su abrigo, nos quedamos en silencio frente a la tumba.
Aquel mediodía, terminamos almorzando en un restaurante del barrio, y bebiendo vino durante la tarde.
En aquella plática necrológica, Ricardo, que como buen andaluz tenía un humor puesto a toda prueba, nos contó la historia cuando trabajaba como traductor en la Editorial Suramericana de Buenos Aires, y el editor Paco Porrúa le entregó el manuscrito de Cien años de soledad para que lo leyera.
Allí me di cuenta que Bada era amigo personal de Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Cortázar y García Márquez.
Según el periodista colombiano, Óscar Domínguez, Bada siempre se proclamaba “español ginecológico, republicano agnóstico y colombiano honoris causa”.
Luego, continuamos teniendo una correspondencia epistolar (en esa época no había Internet), donde se fue nutriendo una amistad grata y transparente.
Cuando viví en Montreal, Ricardo me invitó a ser corresponsal de Radio Deutsche Welle y en un aniversario de Cortázar, me invitó a colaborar en Diario 16 que coordinaba el periodista César Antonio Molina.
Ricardo Bada tenía un humor heredado de don Francisco de Quevedo y Villegas. En sus cartas, que me enviaba desde Colonia, escribía:
“C (Cali bonit) olonia, 02-08-1993
En ningún momento eché en saco roto tu invitación a participar con alguna cosa mía en el No. Especial (se refiere al periódico La palabra de Univalle), dedicado a la muerte… Hoy mismo, por correo aparte, urgente, te envié cuatro páginas tituladas “Mi colección de cementerios”.
En otra epístola, se despedía así:
“C (ojonud), olonia, 17-01-1994
Güeno, me voy a menear el bigote, que tengo una gazuza de mil pares de diablos”.