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Las raíces gallegas de Francis Picabia

Francis Picabia (París, 1879- 1953) referencia incuestionable en el territorio de las  vanguardias internacionales de la primera mitad del siglo XX, amigo de Apollinaire e iniciador del dadaísmo junto a Duchamp, para luego abandonarlo en 1921, se estrenó en el ejercicio de la pintura impresionista. Pero pronto buscó nuevos estímulos que encuentra en el cubismo, el dadaísmo, la fotografía, la creación literaria o el cine. Su vida fue una aventura asentada en el cambio continuo, en las transformaciones, en la inconstancia, como virtud y motor que dio impulso a su obra. Esa condición ha quedado como símbolo de unos planteamientos adelantados que no dejaron de girar. Una de las célebres frases de Picabia era aquella que decía: “ Nuestras cabezas son redondas para que nuestros pensamientos puedan cambiar de dirección”.  

Sus raíces familiares son diversas; su padre había nacido en Cuba, su madre era francesa, su abuelo coruñés y su abuela italo-suiza, sus bisabuelos de origen gallego y vasco.  En esa diversidad  el artista hallaría razones para explicar su identidad mundana y poco arraigada aunque siempre se sintió muy cerca de la cultura española. En los primeros años de juventud (1902) estuvo en varias ocasiones en Sevilla y Madrid, donde encontraría motivos inspiradores para las primeras obras. En 1912, ya había realizado una serie de pinturas abstractas y al año siguiente fue uno de los pocos artistas europeos que visitó el Armory Show de Nueva York. Luego, a raíz de la guerra europea del 14, se exilia temporalmente en Barcelona (1916) viviendo un tiempo acompañado de su primera mujer, Gabrielle Buffet, cerca de sus amigos Marie Laurencin, Otto von Wätjen, Juliette Roche, Albert  Gleizes y Arthur Cravan. Sorprendía su pensamiento provocador y la capacidad para abordar otras áreas  creativas, cualidades que despertaron el interés y el apoyo del anticuario y coleccionista Josep Dalmau. En la capital catalana funda y dirige  la revista de inspiración dadaísta “ 391“ (1917-1924), en sintonía con “291”,  la publicación de su amigo Stieglitz y que se editará sucesivamente en otras capitales: Nueva York, Zurich y París; en ella, incluye sus poemas y dibujos, junto a las creaciones de Man Ray, Duchamp, Cocteau, Breton y Soupault. En 1922 expone individualmente en las Galerías Dalmau, con catálogo incluido y texto escrito por Breton. Por entonces ya tenía una vasta experiencia viajera, había vivido entre Suiza y Nueva York y gozaba de grandes relaciones en los ámbitos artísticos; una de sus referencias en el terreno de la escritura era Nietzsche y con  René Clair, actuó de guionista de la película “Entr´acte” (1924), con música de Erik Satie. En 1937, con motivo de la guerra civil y mientras Picasso abordaba el Guernica, Picabia pintaba  “La Revolución española”, obra provocadora en la que satirizaba con corrosivas imágenes el duro momento que atravesaba el país. 

Ha sido la historiadora María Lluisa Borrás (Barcelona, 1931-Palafrugell, Girona, 2010), quien  más ha profundizado en la obra y biografía de Picabia, revelando  interesantes datos acerca de su ascendencia. El abuelo paterno Juan Martínez Picabia (A Coruña, 1798) había emigrado a Cuba, en donde amasó una considerable fortuna por medio del cultivo del azúcar; regresó a su tierra para llevar a cabo una loable empresa que tuvo que ver con la promoción del ferrocarril,  costeando el tramo de obras entre A Coruña y Madrid, inauguradas en 1858. Su nombre quedaría asociado a ese acontecimiento en el callejero coruñés.

Los museos Georges Pompidou, Tate Gallery, MNCARS, Solomon Guggenheim, Metropolitan y Moderna Museet cuentan en sus colecciones con obra de Picaba, aunque, sin duda, una de las más representativas es la que posee el MOMA de Nueva York. En 2016 le organizó una gran retrospectiva en la que se redefine y sitúa en un nuevo tiempo al irreverente artista, que tuvo sus altibajos en la consideración de su obra por parte de la crítica internacional, allá por los años cincuenta. Después de un periodo de relativo olvido, sería recuperado por las generaciones de pintores pop y en los años ochenta inspiró, de nuevo, a David Salle, Julian Schnabel, Francesco Clemente y Sigmar Polke, quienes se sintieron identificados con sus imágenes sueltas y livianas, cercanas al mundo del cine y la publicidad, dotadas de una poderosa capacidad transmisora. Sin embargo, por encima de otras interpretaciones destaca en Picabia su magnética personalidad no suscrita a un estilo único, ni al entendimiento convencional de una obra, que transcurrió a contracorriente, cumpliendo, en todo momento, los deseos de su autor: hacer lo que fuese necesario para no caer en la rutina ni en el aburrimiento.