El racista abstracto
En realidad no tenía ninguna duda de que era un racista. No podía ni ver a los negros; los moros le llenaban de desagrado; los indígenas americanos le parecían todos indios (los del sur, porque en el norte, mucho antes de Trump, ya se los habían cargado a todos) Y apenas experimentaba una ligerísima tolerancia hacia los asiáticos, sobre todo los japoneses, por aquello de tener acreditado un elevado nivel intelectual. Pero lleno de suspicacias y desprecio, como enanos que eran y además inescrutables.
Ahora bien. Había llegado a la conclusión de que era un racista abstracto. Quiérese decir que cuando descendía a lo concreto su racismo se difuminaba mucho e incluso desaparecía. Le recomendaron a un pintor para los trabajos en su portal (era presidente de la comunidad) Se llamaba Abdul y era de Marruecos. ¡Menudo tipo! Formal, aseado, económico, con sus facturas en blanco y un grupo de trabajadores a su cargo, unos marroquíes, otros salvadoreños, todos magníficos.
Aquella relación, que se volvió fluida y entrañable, le vino a recordar unas estrofas de Fray Luis de León en su “Oda a la vida retirada”, cuando escribe: “Que no le enturbia el pecho/de los soberbios grandes el estado/ y del dorado techo se admira, fabricado/ del sabio moro, en jaspes sustentado” Pues este Abdul era como el moro de Fray Luis. Con Ramadán incluido.
A los negros, ya se ha dicho, ni verlos. Aunque siendo joven, y dando clases de guitarra para costearse sus caprichos en la veintena, llamó a su puerta una joven negra estadounidense. Le dio clases varios meses, lo pasaron genial, ella era alegre, aplicada, aprendió mucho y al despedirse para regresar a USA le regaló una maqueta de un coche de época, que conserva con devoción. Luego había negros y negros…
Como los americanos siempre había sido diferente. Como buen español, los consideraba hijos, mezcla de nuestra sangre y herederos de nuestra cultura, algo muy alejado del racismo vulgar. Aunque aquel peruano, carpintero, era más hijo de la selva que de Pizarro. Pero confraternizaron de inmediato. Le invitaba a desayunar antes de empezar la faena (trabajó con él en toda la carpintería de su nuevo piso) Era digno de toda confianza y su relación fue excelente. Cuando la crisis de 2012 se quedó sin trabajo, pasaba muchas fatigas y penalidades y nuestro racista abstracto le compró un billete de avión para que “se regresase” (como ellos dicen) a Perú. Cada Navidad le envía un aguinaldo.
¿Y qué decir de María, la ecuatoriana que cuidó de su madre cuando ya no pudo valerse por sí misma? Era menudita pero infinitamente responsable. La madre debió ser ingresada en una residencia por razones médicas, ya que no se podía alimentar. Pero poco antes María se lesionó una rótula por los pesos de acarrear la silla. ¡Quién se lo dijera! Ausente la madre, estuvo llevando a María a rehabilitación, ella en la silla de ruedas y el racista al manillar, al menos dos meses. Lo más asombroso llegó después. María dejó la casa, la madre vivía en la residencia y cuando la crisis (la misma que liquidó al peruano) María decidió regresar a su país. Pero antes de partir le citó un día para verse: “Querrá despedirse” – pensaron el racista y su familia- Pues no exactamente. La madre le había dejado todas sus joyas (pulsera de pedida, pendientes varios, anillos, todo en oro y brillantes) en una cajita, con un mensaje: “Cuando yo me muera le das esto a mi nieta, que de mi hijo no me fío” (esto último no consta en su declaración pero parece obvio) Y antes de ”regresarse” María entregó unas joyas que se consideraban perdidas en alguna de las varias mudanzas de la madre. ¿Cómo no enviarle igualmente un aguinaldo para la cena de Nochebuena cada año?
Ha llegado a la concusión de que es un racista abstracto. Tiene todos los parámetros del racista y se sabe racista. Pero…en abstracto. Porque en concreto, cuando tiene que convertir en actos sus teorías, éstas se desvanecen. No existe el racismo en el tú a tú. El cuerpo a cuerpo desvanece sus prejuicios. Y eso le preocupa. Es cierto que todos los ejemplos aludidos le han salido entre buenos y muy buenos. A veces cree que debería buscar en la maras, entre los traficantes, para encontrar inmigrantes verdaderamente malotes…a cuyo contacto pudiese reafirmar su racismo. Pero no le compensa, es una aventura idiota que no va a iniciar.
Cuando halló la solución a su dilema durmió como un lirón. Él era racista, claro que sí. Pero era un racista abstracto, una forma específica de racismo que le permitía repudiar la inmigración ilegal a la vez que confraternizar con el inmigrante…si él lo merece, claro.