Que inventen ellos
Al principio de la pandemia me invitaron a hablar en la radio y en algún Curso de Verano. Manifesté la dificultad de desarrollar una vacuna frente a un virus respiratorio como quedaba patente por los problemas que existían con los de la gripe o el catarro común, uno de ellos un coronavirus. Su capacidad para mutar suponía una dificultad formidable. Me quejé también de las falsas expectativas que creaban políticos, científicos y periodistas, quizás por ello nunca más me volvieron a invitar.
En este ambiente apareció la noticia de que el CSIC estaba inventando una ‘vacuna española’, nunca habían desarrollado ninguna pero pusieron en marcha nada menos que tres proyectos diferentes:
-El proyecto liderado por los investigadores Mariano Esteban y Juan García Arriaza en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) fue el que alcanzó mayor desarrollo. Esta vacuna utilizaba el virus vaccinia modificado de Ankara (MVA) como vector para transportar la proteína de la espícula (S) del SARS-CoV-2. Sin embargo la Agencia Española del Medicamento les denegó el permiso para ensayarla en humanos, lo cual mostró una sorprendente falta de coordinación entre dos organismos públicos.
-El segundo proyecto, dirigido por Luis Enjuanes e Isabel Sola, también del CNB-CSIC, trabajaba en el desarrollo de una vacuna intranasal. Su propuesta era particularmente innovadora porque buscaba conseguir una inmunidad esterilizante (que impide la infección y no solo la enfermedad grave). Esta forma de abordaje era la mas difícil y tampoco llegó a probarse en humanos.
-El tercer proyecto, liderado por Vicente Larraga del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC), desarrollaba una vacuna basada en un vehículo sintético de ADN (un plásmido) que transporta un gen de un antígeno del SARS-CoV-2. No pasó tampoco la barrera del salto a humanos.
Estos tres fracasos no arredraron a la compañía Hipra que tenía experiencia en el desarrollo de vacunas para animales, por lo que decidieron crear una ‘vacuna catalana’ que sería desarrollada y fabricada íntegramente en Cataluña. Se basa en una tecnología de proteína recombinante heterodimérica que contiene el sitio de unión al receptor (RBD) de la proteína S de las variantes alfa y beta del SARS-CoV-2, lo que la hacía bivalente. La vacuna Bimervax de Hipra, al contrario que la anteriores, sí se ensayó en humanos y fue autorizada pero se encuentra en una situación paradójica en marzo de 2025: cuenta con bases científicas sólidas, reconocimiento internacional y respaldo institucional, pero su implementación práctica ha sido extremadamente limitada. Los problemas logísticos, administrativos y de adaptación a las nuevas variantes han obstaculizado seriamente su distribución masiva, dejando en entredicho el retorno de la importante inversión pública realizada. Según datos oficiales obtenidos por transparencia a marzo de 2025, la vacuna de Hipra “solo ha sido administrada en 632 ocasiones” a pesar de la inversión de más de 21 millones de euros. Esta cifra representa una fracción minúscula de los 3 millones de dosis adquiridas por el Estado español.
Más sensata fue la estrategia de la compañía Rovi, que renunció a inventar una vacuna propia y se conformó con fabricar en España para Europa la vacuna de Moderna cuyas expectativas iniciales fueron extraordinarias. La evolución del Covid y el escepticismo hacia sus vacunas está actualmente limitando su fabricación, lo que ha tenido un significativo reflejo en el valor en Bolsa de la compañía.
El tiempo sanciona la realidad de los hechos y muestra como un excesivo optimismo, el entusiasmo patriótico, debe ser atemperado por las evidencias científicas, aunque esto no parezca gustar a nadie.