Picasso, el señor de la paloma de la paz
La paloma de la paz se asocia a Picasso desde los tiempos en que fue acuñada como símbolo de la concordia. Eran los años previos al Primer Congreso Mundial por la Paz, que tendría lugar en París, en 1949, cuando Picasso abundó en la realización de dibujos con palomas y cuando recibió el encargo de diseñar el cartel anunciador del evento. Por entonces, guardaba numerosos dibujos y bocetos en su estudio de la Rue des Grands- Augustins, que mostró a Louis Aragon, para que pudiese elegir el más adecuado. El escritor, según anotó Pierre Cabanne en el Siglo de Picasso, se fijó en una litografía reciente impresa en el Taller Mourlot, en la que sobresalía “una paloma acurrucada con el pelaje satinado y lustroso, blanco sobre fondo negro, con un pequeño penacho detrás de la cabeza; los tonos y calidades eran de una gran suavidad”. Y fue a partir de ese momento cuando la paloma de la paz alzará de nuevo el vuelo para convertirse en un símbolo; el artista ofrecería, además, otras versiones: de un solo color o con una rama de olivo en el pico.
Picasso, abundó en un tema que aun cuando no fuese nuevo en el significado, adquiría en aquellos momentos una moderna notoriedad. La paloma y el olivo forman parte del acervo cultural, religioso y legendario de la historia; en la mitología griega fueron alegorías distintivas de las diosas Afrodita e Irene; estuvieron presentes en pasajes de pinturas de Rafael Sanzio y Giaquinto Corrado. Siguiendo la tradición y fundamentándose en su simbolismo, Picasso recuperó con la genialidad acostumbrada y para su tiempo la figura de la paloma y su relación con la primacía de la vida, con el espíritu de supervivencia.
Con anterioridad, ya había incluido en sus pinturas y dibujos, palomas, pichones y tórtolas; el interés venía de la más temprana infancia. Primero en Málaga y con posterioridad en la etapa vivida en A Coruña, entre los años 1891 y 1895, las palomas abundan en sus primeros dibujos, sorprendentes por su precisión y madurez; todo parece indicar que el apego sentido hacia ellas estaba alentado por su padre José Ruíz y Blasco (1838- 1913), que a su vez, acostumbraba a incluir palomas y palomares en las escenas de su pintura. Las delicadas modelos, formaron parte de los motivos habituales a tratar en los años de aprendizaje, en una buena parte de sus ejercicios de dibujo en cuadernos y libretas, trazadas a partir de diferentes visiones del natural. De igual modo, fueron objeto de reiteración las patas de palomas, esbozadas y sombreadas. En aquellos años de inicios, quedarían profusamente plasmadas junto a otros motivos: “Academia y paloma mensajera“ (1895) o también asociadas a corridas de toros, afición que surge en la niñez, como se puede comprobar en el dibujo datado en 1990,“Corridas de toros y palomas”. En los años siguientes, la paloma seguirá ocupando un lugar primordial en su iconografía; en 1901, pinta en París, “Niña con paloma”, una obra referencial de juventud. Por el contrario, en “Guernica” (1937), Picasso, volvió a incluir una paloma, esta vez vencida, destruida, víctima de la guerra.
En posteriores creaciones y después de haberla acuñado como emblema de la paz, persistió en ese motivo, aplicado a diferentes soportes, entre ellos la cerámica, el dibujo, el grabado y esencialmente en la pintura, en las últimas etapas. Recordemos algunas de esas obras: “Le visage de la paix” (1951), “Deux femmes et la colombe“
(1956), “ Los pichones” (1957) o “Mundo sin armas“ (1962). Y en tal sentido, el periodista Antonio D. Olano, amigo del artista, testigo de tantas conversaciones en Notre Dame de Vie, en la década de los años sesenta, dejaría constancia de esa querencia, más bien devoción, por las armoniosas aves en el libro, “Picasso, el señor de las palomas. Un Picasso desconocido” (2008). En sus páginas, el autor insiste en la cómplice relación del artista con las fieles compañeras, entonces amorosamente instaladas en sus jaulas y seguidoras silenciosas de la vida que transcurría en el taller.