Entre percebes y tecnología
Cada verano en Cedeira me pasa lo mismo, me vuelvo un poco más creativo, un poco más lento y un poco más friki, probablemente por el salitre, el ritmo o simplemente porque teletrabajar desde aquí tiene algo de privilegio silencioso (sí, con buena vibra, café en mano y esa sensación de que el informe que estás enviando no viaja por la nube, sino con brisa atlántica), y este año, entre paseo y paseo por la playa de la Magdalena, me dio por imaginar cómo sería una inteligencia artificial pensada no para un rascacielos, ni para una multinacional, sino para un pueblo como este, con calles que huelen a pescado recién descargado y conversaciones que empiezan con “ti que opinas disto…”.
Y la respuesta me salió clara: tendría barba…, y retranca.
Me lo imaginé allí mismo, en la Plaza Roja, bajo los árboles, donde se cruzan los saludos, los rumores de verano y algún que otro turista despistado que pregunta si esto es una calle o una feria, con un tótem discreto, sin luces raras ni pantallas con diseño de congreso, solo una imagen, una voz, un rostro que no suena a start-up, sino a lonja de siempre: barba espesa, mirada tranquila, voz de quien ha madrugado más que muchos despertadores. Se llama Manuel do Porto (porque nadie recuerda su apellido, y sinceramente, no hace falta), fue pescador, carpinteiro de ribeira, y durante años ofició como cronista informal del pueblo (ese que sabe lo que pasó en 1963, pero no lo dice si no se lo pides con calma), y ahora, por cosas de la vida y un poco de tecnología, vive en una IA entrenada con archivos del museo, grabaciones de vecinos y unas cuantas expresiones que nadie le enseñó pero todos reconocen, como ese “seica a marea entende máis que moitos cargos”, que lanza cuando detecta que te estás viniendo arriba.
Hablar con él no sería como interactuar con un asistente de voz ni con una IA de esas que pronuncian todo perfecto pero no saben cuándo callar…, sería como cruzarte con un vecino que no tiene prisa, que escucha más de lo que responde, que antes de contestar, mira el cielo, el mar, y luego a ti. Técnicamente, ya se puede: GPT‑4o (aunque puede que en unas semanas ya estemos hablando de GPT5) para entender el contexto y lo que le estás pidiendo (aunque lo digas como se dice aquí, sin rodeos), ElevenLabs para que hable como uno de los nuestros (y no como si viniera del Google Maps), y D‑ID o HeyGen para que gesticule con la parsimonia de quien ha arreglado redes más que PDFs (si no conoces esas herramientas, tranquilo, no hacen falta másteres para usarlas…, ni para entender lo que pueden hacer bien).
Y Manuel no solo sabe si hay sitio en el Badulaque, La Calexa, JoJo o Marieta, o si en Killowatio quedan calamares o ya volaron (ojo con eso, que si preguntas tarde te toca mirar…), también te cuenta por qué el percebe no se arranca con rabia, qué hace que la caldeirada no se corte y quién tocaba la gaita en las fiestas del 88, sin solemnidad, sin titulares, solo porque alguien se lo preguntó, y él, como quien no quiere la cosa, respondió…, con esa media sonrisa que en realidad es un “ti verás”.
Mientras los niños corren por la plaza, alguien cruza con una empanada y un turista intenta aparcar en batería sin romper nada, y tú podrías escanear un QR y activar una ruta sonora, no una audioguía neutra, de esas que dicen “a su izquierda”, sino una contada con voces del pueblo, una señora explicando cómo hacía su madre el rape con guisantes, un abuelo que te dice cómo leer el cielo desde la garita de Herbeira, o un niño que asegura que su roca favorita parece un dragón (pero solo de perfil…, importante eso). Las grabaciones podrían ser reales, o recreadas con herramientas como Voice Engine (sí, una IA que convierte texto en voz realista y con entonación), transcritas con Whisper (otro modelo de OpenAI que convierte voz en texto sin complicarse), y todo eso organizado con un par de automatizaciones sencillas que podrías montar en una mañana con Make o Zapier (si te va el cacharreo, ya sabes de qué hablo).
Y mientras andas y escuchas, no hace falta correr ni desbloquear logros, porque esto no es un escape room, es un paseo, uno de esos en los que uno piensa sin querer, escucha sin interrumpir y, a veces, aprende sin darse cuenta. En la playa podríamos tener algo parecido, una cámara que, sin molestar, diga si la Magdalena está llena o tranquila, si hay marea alta o baja en Sonreiras o si el agua en Vilarrube está para bañarse o solo para valientes…, todo con visión por computador (Edge Impulse lo permite), sensores sencillos y una web o canal de WhatsApp que lo cuente sin ruido, sin colores chillones, solo con datos que se entienden (que a veces es mucho pedir, lo sé).
Y si lo que quieres es comer (que seamos sinceros, muchas veces el plan del día gira en torno a eso), podrías escribirle a un bot colaborativo entre restaurantes por WhatsApp (o incluso con BitChat que está en fase de pruebas y no necesita conexión, el bluetooth es la clave) y que te diga, sin rodeos, si en Jojo hay mesa a las dos, si el plato del día son tacos de merluza, y si quieres reservar sin llamar, sin esperar y sin tener que justificar nada…, con RASA para gestionar las conversaciones, Twilio para que llegue por el canal que usamos todos, y una interfaz pensada para gente que no quiere rellenar formularios, solo sentarse y comer.
Y si eres artista, o conoces a alguien que lo sea, ilustradora, ceramista, músico, gaitero, lo que sea, tendríamos una plataforma para visibilizar su obra sin tener que volverse influencer, una web sencilla donde subir sus piezas, que se clasifiquen solas (RunwayML lo hace con imagen, Notion AI con texto), que se traduzcan si hace falta (Meta Seamless, sin esfuerzo, sin complicaciones), y que conecte a quien crea con quien quiere mirar o escuchar…, sin postureo, sin filtros.
Todo esto suena a cuento…, pero no lo es. Porque las herramientas ya existen, los datos los tenemos, la conectividad está, y la voluntad, si la cultivamos bien, no anda tan lejos. De hecho, Galicia lleva tiempo explorando el modelo de aldea intelixente.
Y lo mejor es que nada de esto desplaza a nadie. Al contrario, una IA así no dirige, acompaña, no interrumpe, observa, no sustituye, sino que convive. Y si un día te dice que hoy no es buen día para la playa, lo hará con la voz de alguien que lo ha aprendido mirando al mar, no leyendo un satélite.
Así que si algún día ves a Manuel do Porto en la Plaza Roja, hablando con niños o avisando de que en Plaza do Peixe se acaba el rape con guisantes…, no te asustes, acércate, hazle una pregunta y escucha la respuesta con calma. Y si en medio de esa conversación oyes una frase con retranca, un dato útil o una historia que no sabías…, acuérdate de mí.