Patas largas y mentiras
Somos un país rebosante de adagios y no tengo duda que sus sentencias se ajustan a la realidad pues representan una forma condensada de lo que podría denominarse «sabiduría popular». Concepto éste más que cuestionable dado que, observando lo que acontece en la sociedad, un servidor alberga dudas acerca de si el pueblo —como concepto genérico— realmente atesora algo de conocimiento o, al menos, una cierta sabiduría. Porque aquí, aunque sea meterme en un jardín espinoso, creo que en otros tiempos, no tan pretéritos, la sociedad abrigaba algunos de esos dones. Pero hoy, por el camino que llevan las cosas, resulta más que razonable ponerlo en duda.
No obstante, para no perdernos ahora en disquisiciones que tienen más de psicológicas que de realidades tangibles, vamos a quedarnos con la idea de que esta especie de adagios o refranes son un compendio de saberes que nos dejan enseñanzas, dan ejemplo, hacen reflexionar y hasta aportan una especie de enseñanza oculta.
Y sí, hay que reconocer que se trata de una cultureta bastante arraigada entre nosotros, al punto que comienzan a venirme a la mente un aluvión de ellos, para sorpresa de este escribano al constatar que es conocedor de bastantes más de los que hubiera podido imaginar en un principio. Les referiré unos pocos a modo de simple demostración y para que certifiquen, amigos lectores, cómo igualmente ustedes son también sabedores de bastantes de ellos. Atiendan: a caballo regalado…, al mal tiempo…, no hay mal que por bien…, cada loco con..., mejor solo que mal …, a lo hecho…, de tal palo..., a la tercera va…, no hay mal que cien…, en boca cerrada no entran…, y para terminar y no perdernos en el infinito universo de estas consejas, aquel otro que dice: la mentira tiene las patas muy cortas.
– ¡Uyyyy…! A ver, a ver… —cavila mi mente, como desaprobando el contenido de este último.
Ciertamente, llegado aquí no puedo dejar de rebelarme y manifestar, abierta y vociferilmente, que hasta estos dichos tienen sus inexactitudes, digámoslo así, para que no suene excesivamente rigurosa ni altiva mi disconformidad.
– ¿Cómo que la mentira tiene las patas muy cortas? —me pregunto y al tiempo les interpelo a ustedes.
Poco pueden decirnos acerca de mentiras a los españoles en estos tiempos convulsos que corren, que no conozcamos, sepamos y llevemos digiriendo —a base de toneladas de bicarbonato—, ya unos cuantos añitos.
– ¿De mentira me hablas? ¿Y tú me lo dices, mientras clavas tu pérfido y grosero embuste en mi inocencia azul?
Tras pedir perdón al bueno de Gustavo Adolfo Bécquer por el sacrilegio cometido en derredor de su maravilloso poema, les confieso que, por manido y reiterado el asunto de la mentira, ya he preferido tomarlo a chacota pues la realidad es tan repugnante, cansina y agobiante, que se está tornando vomitivo escuchar la sarta de trolas contumaces —por parte de Sánchez y todo su equipo de información sincronizada, claro—, sobre el tema que se tercie, es decir, sobre todo.
– ¿Cómo que la mentira tiene las patas muy cortas? Pues no, —afirmo con rabia y vehemencia—, en el presente caso serían patas de un considerable tamaño. Unas patas largas, muy largas, interminables, polifémicas… y cobardes, como se pusieron de manifiesto en Paiporta.
– ¿Y saben por qué…?, porque serían las «patas» de Sánchez, y Sánchez, amigos, no es otra cosa que la personificación de la mentira, la trampa, lo mendaz, lo fulero, la patraña, el enredo y lo peor con que una nación pueda encontrarse en su devenir. Es más, propongo a la Real Academia Española de la Lengua que el término «sánchez» –así, a secas y en minúscula– pase a ser admitido y considerado como sinónimo del sustantivo «mentira». Porque, amigo lector, uno y otro, en la práctica, como usted y yo bien sabemos, representan lo mismo: un personaje absolutamente expatriado de la verdad.
Tras esta especie de arrebato de sinceridad, a pesar de que quien no conozca el paño podría pensar que servidor está siendo excesivamente severo, solo me resta referirles algunas de las trolas y embustes del personaje para corroborar que, a pesar de tanto descalificativo, todos merecidos y, sin duda, muchos más del mismo tenor cabrían pues se los ha ganado a pulso por su enfermizo e indisoluble matrimonio con la mentira. Porque repito, «mentira» y «sánchez», son sinónimos tan parejos que cualquier ciudadano español, con un mínimo espíritu analítico, sabría identificar ¡Tanto monta…!
Miren, para no hacer literatura sobre el tema y bajar a lo concreto voy a referirme a una, repito, solo a una reciente falsedad, pero de importante calado, sobre un asunto con el que reiteradamente él y su equipo de voceros orquestados nos reitera machaconamente aprovechando los medios amigos y, lo que es peor —por cuanto nos toca el bolsillo—, menoscabando la economía de los españoles.
– ¿Verdad que recuerdan cómo ha reiterado infinidad de veces eso de que los impuestos —sí, hombre, esos exagerados impuestos crecientes que nos está haciendo pagar a todos los ciudadanos para mantener su chiringuito y el de familiares y amigos— no se podían bajar ni reducir —a diferencia de lo que hace la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel D. Ayuso—, porque ello conllevaría una pérdida de calidad en servicios públicos como sanidad, seguridad o enseñanza?, ¿verdad que sí lo recuerdan?
Pues bien, ahora resulta que el otro día le decía a su socia y vicepresidenta anuente, Yolanda Díaz —lo estoy viendo, así, guapetón, chulapo y engolado— que, a pesar de la enormidad de dinero que habrá que invertir en armamento para reforzar la defensa europea y nacional, él se comprometía y garantizaba que esos gastos, adicionales e imprevistos, no supondría ningún tipo de merma ni recorte en los mentados servicios públicos. Por lo que la gallega —le aseguraba el «Titán de Paiporta» en ese diálogo amañado entre truhanes— no debería preocuparse del problema pues, con la garantía de su palabra, acallaría las críticas de Belarra y los morados. Así lo refería impasible el «Presidente limoso», con su envarada rotundidad escurialense. Me hubiera gustado ver la cara de la otra porque muy lista no será, pero de inocentiña… pouquiño.
— ¡Coño….! Pero entonces veamos, ¿los impuestos de Ayuso —una minucia comparado con esto— no se pueden reducir porque dañan y deterioran servicios públicos de primerísima necesidad, pero resulta que la millonada en la cosa bélica de ahora, dice él, no los va a afectar. Pues que nos explique esa especie de milagro o transmutación de la cosa impositiva, porque los humanos de a pie, no lo pillamos.
Aunque, —ahora que lo pienso mejor—, sí. Es, amigos, sencillamente, otra más. Una nueva abulencia del que repitió veinte veces —o las que hiciera falta— que no iba a pactar con Bildu, ni a dormir con Iglesias….. y, sin embargo, se encamó en tan sólo 48 horas con ambos ¡Vaya con el hombre enamorado!
Pues sirva este sencillo ejemplo —hay tanto para referir que cuesta concretar uno solo— para poner blanco sobre negro en el pozo de ocultaciones y mentiras insoportables que este hombre sinuoso —con tantos apodos como la imaginación más florida pueda recrear— ha vertido y, desdichadamente, con la anuencia — ahora sí, Yolanda, ahora sí— de bastantes españoles que aún no han despertado de una incomprensible manipulación mental, no neutra, rayana en la más tierna tonticie.