Ojo de agua
Pájaro con nombre de mujer
09 de julio de 2025 (09:07 h.)
Tiene nombre de mujer y es lo más parecido a una implacable y furiosa libertad. Es un pájaro pequeño y tornasolado de pico largo y ojos amarillos, que vuela bajo el cielo de Cartagena de Indias. Los nativos lo llaman Maríamulata. Parece un cuervo. Los machos son negrísimos y las hembras, grisáceas. Vive al pie del mar y en la Ciénaga de la Virgen. La Maríamulata da saltitos lentos y rápidos, avanza, retrocede, se detiene y vuelve a saltar cuando descubre los restos de pan, pescado o arroz en las mesas de los comensales. Se hace el invisible, se seca el pico mojado en el viento, de izquierda a derecha. Avanza y retrocede, mira a todos los lados, arriba y abajo, cerca a la tribu alada y a la posible pareja, vuelve a dar saltitos para llegar al pedazo de pan, y hacer círculos sigilosos ante la sombra de la hembra. De tanto estar cerca al nativo, parece un pájaro domesticado, pero no es así. No ataca a nadie. Solo cuando alguno de su tribu es atacado o privado de su libertad. La Maríamulata es imagen alada y viviente de Cartagena de Indias, perpetuada en las pinturas y esculturas del artista Enrique Grau y en los carboncillos de Alberto Contreras. Una enorme maríamulata de bronce forjada por Grau, se erige a la entrada del turístico y residencial barrio de Bocagrande. El pájaro aletea con vuelo propio en la novela “El patio de los vientos perdidos” de Roberto Burgos Cantor. Está en todas partes, con su algazara en las altas ceibas de la memoria, en los almendros, bongas y palmeras reales. Cada pájaro planea sus saltos y vuelos con sus intensos ojos amarillos. Supe de un nativo que mató de un batazo a una maríamulata en el patio de su casa y jamás pudo entrar a su patio a guindar la ropa en los alambres porque allí estaban los pájaros esperándolo para picotearlo. Fui testigo de una maríamulata que quedó atrapada entre los hilos de una cometa en los cables de la luz y entre las ramas de un almendro, con su boca torcida al cielo, y el resto de la tribu, con una solidaridad que ya envidiarían los humanos, le traían gotas de agua en el buche, provisiones de comida y consuelo entre alas. Con una amiga animalista y conservacionista llamamos al Cuerpo de Bomberos para liberarlo y acudieron al llamado. El pájaro fue atendido y lo llevamos al veterinario. Recuperado de sus alas lastimadas, lo retornamos a las ramas libres del almendro donde había quedado aprisionado. El resto de la tribu esperaba ansiosa, con la mirada furiosa y vigilante, pero ya cuando el ambiente se despejó de los curiosos, el pájaro intentó volar, se fue de lado, y al instante, lo vimos alzar el vuelo entre el vocerío de la tribu errante, como una sombra azul y tornasolada en la brillantez del cielo de Cartagena de Indias.