Férvido y mucho

¡Paco, resucita!

El que fuera cerca de cuarenta años durante Jefe de Estado, Francisco Franco, fue asimismo conocido por Caudillo y Generalísimo. También, más familiarmente entre el pueblo llano, que lo adoraba, por Paco. Ni Churchill ni De Gaulle gozaron de tanto predicamento en sus países ni fueron tan amados. Hasta el delirio, hasta dar la vida por él, por Paco. A tal señor tal honor, tampoco fueron tan odiados. Decían los de izquierdas, siempre los más listos de la clase y mejor informados, que Paco era ciclán habiendo perdido un testículo en Marruecos, consecuencia de pérfido tiro cabileño. De ahí, aseguraban con pruebas al apoyo, su voz aflautada, de pito, en la que no cantaban virilmente cazalla, esperma, tabaco de picadura, pólvora, ni andamio bronco. Ni voz caliente de sangre alcohólica, la sangre de los cobardes. Y es que Paco era mucho Paco, había leído a Bukowski y a Follanski antes de que hubieran escrito una sola línea.   Qué se le va hacer si tenía poquita voz y menos labia, Paco, que detestaba las poses bravuconas, excesos y postureo de señoritos fascistas, tan cercanos a los señoritos anarquistas de la Semana Trágica.

Paco no gustaba del carisma de un Tirano Banderas sable en ristre o de un Fernández-Cuesta con correajes macho y pistolón de entrepierna impotente y gatillazo asegurado. A pesar del boato de ir bajo Palio –recado que envió al Vaticano para dejar claro quien mandaba en la Iglesia de España y si tenía que haber cisma, cisma habría- una de las razones de la popularidad de Paco entre la clase media fue que lo veían próximo, familiar, como al director de la sucursal bancaria en la que depositaban los ahorros cada fin de mes. Paco, con su vasito de leche, su manzana, su media horita de radio, con Enrique Mariñas o Matías Prats al micrófono,  antes de irse a dormir –en catre militar, flexo en mesilla de noche y orinal bajo la cama-  y su Parker de revocar o confirmar sentencias, asumió sin complejo   el modesto papel de antihéroe funcionarial para incrustarse mejor, uno más, en el vulgo espeso y peatonal. Lo otro, la leyenda urbana de los extremos, la inventarían Giménez Caballero, por un lado, y el negociado de la Leyenda negra, por otro.  Algo de ello hay en el retrato –hoy día prácticamente inaccesible-  que le hizo Ignacio Zuloaga. Pero, sobre todo, en Al General Franco, estatua ecuestre levantada en honor de Paco en el patio de armas del castillo de Montjuic (1963) en agradecimiento de la donación del castillo a la ciudad de Barcelona. La autoría de la estatua correspondió al escultor Josep Viladomat, catalanista, autor del Monumento a la Republica (1934). El monumento ecuestre ha sido retirado, decapitado y depositado en almacén del Museo de Historia de Barcelona. Previamente, en el 2002, el PSOE levantó estatua de bronce a Almanzor en Algeciras, con el Corán en la mano derecha y alfanje en la izquierda. Pelillos a la mar.

Paco solía dirigirse al pueblo español en mensaje navideño que nadie se perdía: Españoles todos...Y venga a correr la sidra El Gaitero, Anís del Mono y turrones El Lobo. Y España era una potencia mundial en fabricación y exportación de juguetes, pues los españoles siempre han tratado bien a los niños y mal a los animales, contrariamente a ingleses y alemanes. Once meses de trabajo para un mes de facturación, menuda facturación. No se rían, miren a los chinitos, se empieza fabricando con primor juguetes y flores de papel y después se levantan rascacielos y aeropuertos.

Un día de 1975, Paco murió. Poco antes había cantado El novio de la muerte, coreado por su médico personal, el leal Vicente Gil García. Yo estaba en Metz cuando murió. Me lo anunció desde Paris, emocionada y apenada, mi suegra, Madame Attar. Somos de familia judía no religiosa, estábamos/estamos agradecidos a Franco (entre judíos no se le llamaba Paco). Con todo, hay quien ha intentado ensuciar su memoria atribuyéndole afinidades racialistas nazis e incluso la orden de elaborar una lista de judíos españoles para que, llegado el momento, fueran eventualmente eliminados. El País publicó (20/06/2010) una pieza, firmada por Javier Martinez Reverte, cuyo título (y autor) ha pasado a la historia de la infamia, de la calumnia y de la suciedad moral “El regalo de Franco para Hitler. La lista de Franco para el Holocausto”. Ese artículo es miserablemente, repugnantemente falso. Lo cierto es que, desde el fallecimiento de Franco, cada 20 noviembre rezan en sinagogas de Nueva York, en homenaje a su memoria, el Kadish, oración/responso por los muertos. El historiador Isaac Molho lo confirma y ensalza la intervención directa de Franco en aras de salvar a todos los judíos que fuera posible, especialmente de origen sefardita si los medios no daban para más. El rabino Chaim Lipsichitz cifró en 60.000 los judíos salvados gracias a la intervención directa o indirecta del Estado español (otras fuentes, también judías, rebajan la cifra a 30.000). Hace años, con motivo del aniversario del fallecimiento de Franco, The American Sephardi publicó un artículo explicando minuciosamente la generosa colaboración: “Al margen de cómo le juzgará la Historia, en la historia judía, ocupará un puesto especial. En contraste con Inglaterra, que cerró las fronteras de Palestina a los judíos que huían, en contraste con Suiza que devolvió al terror nazi a los judíos que buscaban amparo, España facilitó el paso a los escapados. El profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea, ha llegado a la conclusión de que se salvaron al menos 40.000 judíos al pasar a USA y Latinoamérica, via Portugal, gracias las facilidades dadas por España”.

Se ha dicho, canallescamente, que Walter Benjamin –judío y comunista-  se suicidó en Port Bou (1940) por culpa de las autoridades españolas. A esta calumnia colaboró insistentemente Juan Goytisolo, de la pasta de Caín, personaje tóxico hasta la podredumbre, habitado por un inextinguible odio a España. Benjamin, que atravesaba grave depresión, había obtenido, con la intervención de Adorno, las visas de tránsito en España y entrada en USA, pero los franceses (colaboracionistas en el alma) habían demorado la visa de salida del país. La policía española dejó instalarse (ilegalmente) a Benjamin en Port Bou, Hotel Francia, esperando que los franceses activasen el permiso de salida. Benjamin, deprimido por la tardanza francesa, se suicidó. En cuanto informaron a Franco, decidió que, a partir de ese momento, enfrentándose a las autoridades francesas ideológicamente afines a las alemanas, la visa obtenida en el Consulado español de Marsella era suficiente para el tránsito por España, aunque los refugiados careciesen de la visa de salida francesa.

Sucede que los últimos años de la vida de Paco se vieron ensombrecidos por el despuntar del terrorismo y despertar de las ambiciones del nacionalismo periférico. El régimen reaccionó con brutalidad si bien inferior a la que se habría observado, en las mismas circunstancias, en naciones europeas de vieja raigambre democrática. Por entonces aún se aplicaba la pena de muerte en Francia.  Para sofrenarlos (terrorismo y separatismo), a su muerte se fraguó una Constitución delirante -sin parangón en nuestro entorno político, histórico y cultural- que hace cierto aquello de peor el remedio que la enfermedad. Con esos mimbres se ha llegado al vaciado del Estado en algunas regiones españolas y la instalación de terroristas y portamaletas adjuntos en el poder autonómico, que de hecho es poder plurinacional, átenme esa mosca por el rabo. La situación ha provocado notoria desilusión en buena parte de la población, respecto al optimismo imperante en los primeros tiempos de la democracia (la Movida y aquellas cosas) si bien nadie siente nostalgia por el franquismo político (que carece de base organizada antidemocráticamente). Nadie excepto el PSOE y partidos aliados. Y tanto es así que quieren resucitarlo al calor del 50 aniversario de la muerte de Paco.

Esto me recuerda que, muerto Paco, iba yo a veces a visitar la escasa familia gallega que me quedaba. Me placía   bordear en coche la costa roqueña y bravía, de Baiona a La Guardia, perfumada de salitre y algas que van dejando las olas, inconfundible maruxía del atardecer. Hacia Mougás había un vivero/cetárea de centollas, bueyes, langostas, bogavantes, etc., que el hijo de la propietaria (simpatiquísima meiga) iba a buscar a Escocia, todas las semanas, en un camión cisterna. El material no era tan sabroso como el propiamente gallego –mucho más caro- pero algo mejoraba en las aguas de allí, con la garantía que los crustáceos siempre estaban llenos, que así se dice cuando el marisco está prieto de carnes, en sazón. Esa era la razón fundamental, (poco me importa que no sea comida kosher) para que me detuviese en el lugar, pero asimismo me hacía gracia –y cuando se las enseñaba a mis amigos extranjeros se partían de risa- ver las botellas que decoraban el bar del vivero. En una –creo que de coñac- una fotografía de Paco con pelliza invernal de mando legionario. La marca del coñac era: ¡Paco, resucita! Pues lo han conseguido. Lo que no consigan las meigas gallegas…