La Galería

Los okupas literarios

Si alguna vez amaron la literatura, se les olvidó pronto, como un clínex usado en el bolsillo del abrigo: son los okupas literarios, especie muy actual que sirve a los intereses de la secta de un partido. Lo que algunos ven obvio, para otros es una incógnita o algo sobre lo que nunca se han ocupado. Se alimentan de la secta, viven de la secta, trabajan para la secta, y únicamente leen las portadas y contraportadas, como mucho, de los libros que señala el gurú, el jefe que garantiza que todo llegue a los súbditos sumisos, para seguir manteniendo subvenciones, becas y ayudas varias. Aunque algunos han plagiado y en ocasiones los han pillado con las manos en la masa, lo común es que jamás reconozcan, nombren o destaquen a aquel o aquella a quien admiran. La falta de talento la suplen con buenas dosis de mezquindad.

Odian la independencia y todo lo que suene a ser independiente o pretenderlo. Es un concepto que no entienden y, por lo tanto, no entienden a aquellos que lo ejercen. Algunos autores han sido tantas veces ocupados que se revuelven en sus tumbas clamando justicia y revisión. Es el caso en España de escritores de la Generación del 27, del 50 y del 98, entre otros muchos. Los han utilizado cuando ha convenido a los intereses del partido. No se preocupen por los clásicos, les tienen tanto miedo como al lobo feroz. Cervantes les aterra como la sombra de un animal mitológico que se cierne sobre sus cabezas dispuesto a devorarlos. Por alguna razón desconocida no pocos se consideran intelectuales.

Hace ya muchos años que André Gluksmann consideraba en uno de sus ensayos que sin estupidez no había intelectual. Entendía que la estupidez frecuenta al intelectual como su enemigo íntimo y, como consecuencia, su aliado de siempre, importunando a aquellos que, no autorizándose semejante intimidad, se las daban de importantes. La condena a muerte de Sócrates por la perniciosa influencia ejercida sobre su joven auditorio fue merecida, el reo inscribió a sabiendas sus intervenciones torpedo en una estrategia de lucha generacional. Los referentes del autor pasaban por los clásicos, Platón, Sócrates, Aristóteles, hasta llegar a Blanchot o Durkheim. Para analizar la estupidez recogía las obras de dos grandes escritores, Flaubert y Dostoievski, muestras inequívocas del reflejo de los tipos de estúpidos de la época, aunque el idiota de Dostoievski fuese demasiado bueno como idiota.

¿Qué pensarían del ensayo de la estupidez estos okupas vanílocuos, con su verborrea? ¿Existe alguna posibilidad de que los cuatro intelectuales que quedan, si lo son, den la batalla por lo que verdaderamente importa en un país donde parte de la población odia la cultura, y la que queda no puede, no sabe o no contesta?. 

No está todo perdido. Hay que elegir bien a los maestros y reconocerlos.