La mirada de Ulisas

¡El odio jamás debería ser enseñando ni puesto en práctica!

Bella Clara Ventura

LA MIRADA DE ULISAS leyó un texto que la puso a pensar: “un soldado israelí no lucha por el odio que tiene enfrente sino por el amor a lo que tiene detrás”.  Frase que conmovió profundamente mi atisbo de madre, que también soy, al hallarle sentido al contenido y saber que el odio no está presente en la forma de educar ni de obrar de esos muchachos, que son simplemente parte del pueblo israelí y anhelan vivir en paz con todos los beneficios que Israel ha logrado. Muchachos que deben defender su patria como principal tarea al graduarse del colegio. Jóvenes que a esa edad en otros países estarían estudiando en la universidad, ellos a esa temprana edad deben aprender a empuñar un arma o hacerse a los juegos de la guerra, sólo y exclusivamente con un sentimiento de defensa al único país judío existente y a sus connacionales. Personas: ancianos, niños y mujeres inocentes que se ven amenazados constantemente por la animadversión en que viven con sus vecinos en las fronteras. En permanencia disparan misiles. Un miliciano que lleva el odio en su haber, inculcado o sembrado como una semilla que da sus frutos desde la escuela primaria e inclusive desde que son párvulos en clases de pequeños que no entienden lo que aprenden, pero lo hacen mecánicamente, como una manera de establecer la distancia con el judío, odiado ya en los textos del Corán.  Y además, con la enseñanza que por matar a judíos o infieles se vuelen héroes. La madre judía no tiene ese sentimiento porque cada muerte del hijo representa una tragedia no sólo familiar sino de todo el país, que sabe que esos muchachos que apenas empiezan la ruta existencial defienden con su pecho a sus compatriotas. En cambio, tristemente las madres de los otros bandos, en vez de padecer la muerte del hijo, sienten felicidad y la alegría por haber logrado su propósito de haber hecho de su crío un chaid, o sea un muchacho que hallará vírgenes en el cielo esperándolo para recompensar su conducta asesina. Una idea que lo persigue y los hace verdugos de todo lo que sea diverso a ellos, o que planteen otro tipo de valores donde la libertad, la fraternidad y la igualdad se hacen presentes y se defienden como instituciones logradas con luchas nada fáciles, libradas en siglos anteriores y obtenidas como conquistas para la evolución de la humanidad.

Al soldado israelí nunca se le forma de esa manera, ni aún cuando se le induce que debe defender a Israel contra sus enemigos, ¡que no son pocos! La Tierra Prometida que tiene ofrecida en sus Libros Sagrados desde tiempos bíblicos es su hogar, aunque los terroristas desconocen esta verdad. Se han apoderado de una historia irreal que desarrollan a su modo para culpabilizar a los judíos de una invasión que no es cierta ni tampoco referida en los libros de Historia, que dan cuenta de otras realidades. Al judío, en ningún momento y bajo ninguna circunstancia, se estimula el odio sino el amor al prójimo como a sí mismo. El judío no bebe ni conoce ese mal sentimiento en casa ni en las Tablas de la ley. Al contario se le enseña a no matar, aunque la única razón por poder hacerlo es en defensa propia o de su nación, al protegerse a sí mismo y lo que le pertenece. La juventud judía está llena de amor por el semejante y por la vida. Prueba de ello, es que representa la única democracia en la región donde convive un crisol de culturas en este diminuto pero pujante territorio, y tampoco a pesar de las diferencias se entrematan entre sí.

Sólo los terroristas mantienen ese formato de ser y de actuar, no sólo padecido en el Medio Oriente, como muchos creerían, sino también y por desgracia en múltiples países occidentales, víctimas de atentados con muertos y heridos a granel. En casa judía el odio no tiene lugar. Nunca se habla de odiar o repudiar al prójimo, al contrario de respetarlo y valorarlo desde la diferencia que representa. Como tampoco se incita a ello en las sinagogas o en los sitios públicos, como bien sabido es que en muchas mezquitas es el discurso que retumba. El odio no es un alimento para ningún judío a pesar de saberse tan perseguido o visto con unos prejuicios, que no deberían existir. Como tampoco hacia el negro, el amarillo o cualquier persona que sea diversa en pensamiento o en acciones. Es como el principio básico de sociedades sanas donde no se mata en nombre de ningún dios, por muy presente que se tenga. Si bien en el pasado vimos Cruzadas y en nombre de un Dios se hicieron matanzas, se revalúan por su carácter nefasto. Para el mundo de principios y valores justos no se realizan tales actos, se condenan. Pero no es el caso, lamentablemente, en otro tipo de civilizaciones que quieren imponer sus leyes por la demografía.  Saben que el vientre, aunque la mujer no sea valorada por ello, es una parturienta que les sirve a su causa de imponer su ideología por la fuerza o por el número. La ponen en práctica para hacerse a una importancia que está tomando cada vez mayor relieve en todo el mundo y ha convertido el planeta en una guerra de civilizaciones, aunque le quieran dar otro nombre. Doloroso ver la vida enfrentada a la muerte o la luz a la oscuridad, con conceptos que el wokismo se niega o pretende no a ver. Hay que despertar al mundo que nos espera si se deja prosperar lo que contradice el bienestar social que responde a tantos avances en otras sociedades, que se preocupan por el semejante y sus necesidades más primordiales, tantas veces ahogadas en fanatismos.