Fabricando el mundo

Los objetos que merecemos

Quienes nos dedicamos a la fabricación digital no solo trabajamos con tecnología: trabajamos con posibilidades.

Cada vez que diseñamos, imprimimos, cortamos o programamos un objeto, estamos tomando decisiones que van mucho más allá de la forma y la función. Decisiones que tienen impacto ambiental, social y cultural. 

Y por eso, tenemos una responsabilidad.

No deberíamos simplemente replicar lo que ya hace la industria. No estamos aquí solo para fabricar más barato, más rápido o más personalizado que la industria actual. Estamos aquí para hacerlo mejor que la industria. Porque si vamos a traer al mundo más objetos fabricados —que lo vamos a hacer— lo mínimo es que esos objetos estén a la altura de lo que queremos que quede para el futuro.

La fabricación digital nos da poder. Poder para diseñar desde cero, para elegir los materiales, para decidir si algo se podrá desmontar, reparar o reciclar. Poder para fabricar a demanda, sin stocks, sin desperdicio. Poder para personalizar sin sobreproducir. Poder para documentar y compartir lo que hacemos, en lugar de esconderlo tras un envoltorio brillante y una fecha de obsolescencia (y no miro a ninguna manzana).

Y con ese poder viene una obligación: no reproducir los errores del sistema industrial que nos trajo hasta aquí.

No tiene sentido usar una impresora 3D para hacer objetos que se rompen al mes. No tiene sentido cortar madera para crear cosas que no se pueden reparar. No tiene sentido decir que hacemos innovación si lo que producimos tiene la misma lógica de usar y tirar que lo que se vende en cualquier plataforma de compras online.

Quienes fabricamos con herramientas digitales podemos marcar el camino hacia otro modelo. Uno donde los objetos están pensados para durar, para evolucionar, para adaptarse. Uno donde la estética no oculte la fragilidad, donde la personalización no sea excusa para el derroche. Uno donde cada objeto lleve en su diseño una ética: la de hacer las cosas con conciencia.

Porque cada objeto es un mensaje. Y si lo que fabricamos con nuestras manos —y nuestras máquinas— no lanza un mensaje claro sobre sostenibilidad, durabilidad y responsabilidad, entonces no estamos aportando nada nuevo. Solo estamos replicando el mismo problema con nuevas herramientas.

No se trata de ser perfectos. Se trata de apuntar alto. De entender que cada maker, cada diseñador, cada taller digital es un pequeño laboratorio de futuro. Que tenemos la oportunidad —y el deber— de mostrar que se pueden hacer objetos de consumo que no consuman el planeta. O al menos que mejoren lo que ya tenemos.

La industria nos observa. A veces nos copia, a veces nos ignora. Pero si fabricamos bien, si diseñamos mejor, si documentamos lo que hacemos con sentido… no tendrá más remedio que cambiar.

Porque el futuro no será solo de quienes lo fabriquen. Será de quienes lo fabriquen mejor.