El nombre del golfo
Según Donald Trump, su accesión por segunda vez a la presidencia ha marcado el inicio de una época dorada en la historia de los Estados Unidos. Ése fue el primer anuncio de su discurso inaugural. Declaró que a partir de ahora ese país va a florecer, a triunfar y a ser respetado más que antes. Serán la envidia de todas las naciones y no permitirán que nadie se aproveche de ellos. Su propósito es renovar el orgullo, la prosperidad y libertad nacionales. No sólo van a recobrar su grandeza perdida, sino que serán más grandes que nunca, que es la razón por la que dios le salvó la vida. O sea que con Trump esa primera potencia volverá a ser una, grande, rica y libre. ¿A que, aparte de ‘rica’, ese eslogan nos suena?
Al igual que durante su campaña electoral, culpó a la administración anterior y a la élite radical de provocar una crisis de confianza gubernamental debido a su ineficacia a la hora de responder a los desastres naturales, de impedir la inmigración ilegal y de mantener una sanidad pública y un sistema educativo claramente fallidos. Consideró que su triunfo abrumador en las elecciones es un mandato popular para acabar con todas esas traiciones y pronunció el cese inmediato de la decadencia de Estados Unidos, pues van a restaurar la competencia y lealtad del gobierno y a retomar las riendas de su glorioso destino. Y, cómo su inauguración coincidió con la celebración del día de Martín Luther King, en reconocimiento del voto hispano y afroamericano prometió convertir su famoso sueño en realidad.
Luego anunció la firma ese mismo día de toda una serie de decretos leyes, dando así inicio a lo que denominó ‘la revolución del sentido común’. Entre ellos hizo especial mención de la toma de medidas contra la ‘invasión’ de millones de ‘criminales extranjeros’ y su deportación en masa; el aumento de la extracción y exportación de petróleo y gas natural para abaratar los precios de la energía y reducir la inflación; la cancelación del programa socioeconómico liberal y ecologista de izquierdas y la promoción de la industria automovilística; la imposición de tarifas a la importación; la restitución de la libertad de expresión y la imparcialidad de la justicia; la cancelación de la política de promoción de igualdad social y de género.
Decretó así mismo la restitución del nombre Monte McKinley a la montaña más alta de Alaska, reconocida oficialmente por su apelación nativa de Denali. Para Trump el presidente William McKinley enriqueció enormemente al país mediante la imposición de aranceles y la expansión territorial, principalmente como consecuencia de la Guerra de Cuba, que marcó el principio del imperio yanqui. Parte de esa empresa imperialista fue la terminación del Canal de Panamá, que habían iniciado y abandonado los franceses. Trump parece ver en McKinley un modelo a seguir, tanto en el proteccionismo económico como en la expansión territorial, pues se ha propuesto retomar el Canal de Panamá, anexionar Groenlandia y forzar a Canadá a integrarse en la confederación gringa. A pesar de cuya beligerancia quiere ser recordado como un pacificador, por ejemplo, expulsando a los palestinos de Gaza para mayor gloria de la industria inmobiliaria. Para Trump el éxito está garantizado por el carácter pionero y emprendedor de los estadounidenses. De ahí que el futuro, desde la inteligencia artificial a la colonización de Marte, les pertenezca. Se le olvidó mencionar que ahí están los chinos para bajarles los humos.