Orbayada

No son ellas

Cada vez resulta más pesado y esperpéntico que el populismo de izquierda que presume de defender a las mujeres acabe pudriéndose en su grosero deseo por ellas. Superioridad, lujuria, soberbia o prepotencia son las primeras palabras que brotan si analizamos los casos que últimamente están en la palestra. Superioridad jerárquica, soberbia intelectual, irónica prepotencia, y deseo excesivo de placer sexual sin respeto, son los latidos de una conciencia machista. ¿Y son ellos los que nos iban a defender a las mujeres? 

En el fondo, sus actos demuestran que nos desprecian. Todo vale, todo es lícito, pronto se les ha olvidado el significado del no es no. El pobre argumento de un partido que se esconde en el hecho de que las víctimas tengan miedo a represalias y prefieran mantener el anonimato para no investigar a los acosadores, es poco menos que grotesco ¿Para qué creían que acudían a los órganos del partido?, ¿para dejarlas a ellas y a todas las demás indefensas? ¿para qué lo hicieran por sí mismas? Debe ser eso. Sin eslabones. Sin que las jerarcas pierdan votos ni privilegios. 

El feminismo no es eso. Nunca fue eso. ¿Acaso se han olvidado de las reivindicaciones de Olympe de Gouges (escritora, dramaturga y filósofa francesa) cuando escribió en 1791: “Las mujeres tienen derecho a ser llevadas al cadalso y, del mismo modo, derecho a subir a la tribuna” o, ¿de la Vindicación de los derechos de la Mujer de la escritora y filósofa Mary Wollstonecraft y su proclama de igualdad entre los sexos y formación igualitaria? ¿Acaso desconocen los esfuerzos por el sufragio femenino y la demanda de la igualdad de derechos, incluido al voto, a la educación y a la igualdad de oportunidades? ¿Acaso no recuerdan las luchas por la independencia, trabajar fuera de casa, tener salarios justos y el divorcio? Lo escribió Simone de Beauvoir no hay nada biológico que justifique los roles de género: no se nace mujer, sino que se deviene. Se nace persona y no es lícito que por serlo la sociedad limite nuestros derechos. 

Por eso defrauda y duele que, cuando se deberían abordar cuestiones como la violencia de género, la brecha salarial o los techos de cristal, algunos partidos que presumen de defendernos hagan dejación de sus principios y nos acosen. La verdad es que no esperaba ver entre sus filas Claras Campoamor, Victorias Kent, Concepciones Arenal o Emilias Pardo Bazán. No, no esperaba ni su valía intelectual ni su arrojo, pero sí al menos la humildad y la grandeza del reconocimiento de su culpa in vigilando e in eligendo. Vana espera cuando de la fuente de sus méritos no fluye el intelecto, la reflexión, la formación ni la experiencia.

Quizá haya que recordar principios básicos como que la desigualdad de género es una discriminación que admite diversas formas; que el machismo es la creencia de que el hombre es superior a la mujer y la misoginia el desprecio directo hacia ellas. Que la violencia de género puede ser física, verbal, psicológica, sexual, institucional o social y que el patriarcado, el denostado sistema a través del cual se establece el poder de los hombres sobre las mujeres, se apoya en instituciones que mantienen el abuso y las desigualdades de género. 

Feministas eran las primeras mujeres que lucharon por ser mejores y al entrar en la Universidad, en el Congreso de Diputados o en las empresas nos hicieron hueco entre los hombres. No ellas. Las que rompen techos de cristal a base de sacrificio, tesón y esfuerzo. No ellas. Las que para conseguir sus objetivos no abusan de su posición de mujer agraviando a ambos géneros. No ellas. Las que no se esconden tras siglas feministas. No. No son ellas. Ellas son de salón de pacotilla.

Estos días la izquierda radical se ha sometido, sin darse cuenta, a la prueba del algodón ante las acusaciones de presunto acoso sexual de algunos de sus fundadores. Lo peor es que sus dirigentes son mujeres que ahora enmudecen mientras, sabiéndolo, compartieron juntos pancartas proclamando en los mítines consignas y peroratas preparadas en despachos… con las puertas abiertas… por si acaso.