Los niños de Dios no están en venta
Cada cuatro de junio se celebra el Día Internacional de los Niños Inocentes Víctimas de Agresión. Esta conmemoración figura entre las festividades que podríamos denominar civiles —las que antaño decían paganas— y coincide con otras efemérides como el Día Mundial del Corredor, el de la Fertilidad o el del Donante de Órganos y Tejidos.
En esta jornada apenas se percibe la intensidad del dolor que embarga a los menores víctimas de atrocidades. Inocentes criaturas sometidas a vejaciones de todo orden, cuya tragedia parece, a menudo, ajena a nuestro entorno. Es como si estos horrores pertenecieran a otro entorno y que nosotros estamos libres de estos males.
Vivimos, por ventura o desventura, en una sociedad exageradamente comunicada. Millones de mensajes e imágenes se intercambian a cada instante. Las fotografías vuelan sin cesar y sin reparar en quién accede a ellas. Estamos en un mundo que utiliza el “internet oculto”, un espacio en donde abundan seres de gran perversidad, criminales que husmean como alimañas en busca de menores para ofrecer a la carta. Este es uno de los más siniestros peligros de nuestra era, en donde miles de padres movidos por la inocencia y la buena fe, “anuncian” a sus hijos en las redes sociales, desconociendo que ese gesto los expone a un riesgo tan real como constante. ¡Todos ignoramos quién aguarda al otro lado de la pantalla!
Por todo, no puedo sino expresar mi honda aflicción. Acaso la conciencia no sea sino la antesala del alma —¡ignoro si así es!—, pero este instante me pide que recuerde a los niños, a esos pequeños de Dios por cuya inocencia tenemos la obligación de salvaguardar.
Hay una película titulada Sound of Freedom, que pasó por las salas de cine de manera fugaz. Algunos cines ni siquiera se atrevieron a proyectarla. Su argumento, basado en hechos reales, revela la existencia de millones de infantes que, en este preciso momento, padecen tormentos inenarrables. Hay miles de niños secuestrados, pequeños que son vendidos a mafias que los reducen a simple mercancía. Es una realidad dolorosa saber que hay criaturas inocentes sufriendo en este mismo instante la depravación de delincuentes hambrientos de deseos completamente abominables.
¡No cerremos los ojos! Sound of Freedom no es sólo un filme, es un aldabonazo en la conciencia colectiva, un clamor por la dignidad humana. Es la voz del pueblo que se alza en nombre del respeto, el amor y la compasión. Es una llamada para articular, sin más dilación, un frente común contra la esclavitud infantil y la pedofilia. Debemos abrir los ojos, porque el porcentaje de delitos contra el menor ha crecido ominosamente, mientras tanto, muchos gobernantes, siguen enfrascados en sus mezquinos intereses permaneciendo en silencio.
He visto esta película. La he visto y confesaré que jamás, en toda mi vida he sentido tanto la necesidad de obrar por el bien ajeno. Sound of Freedom no es solamente una película, es el testimonio y la acusación, es la realidad en su verdad más descarnada, una llamada a no cerrar los ojos mientras exista un solo niño temblando, solitario, en la oscuridad de una habitación oculta. Por eso, aquí, ahora, en este mismo instante que comparto con usted, amable lector, le ruego que vea esa película. Y créame que será su tiempo mejor invertido.
Sabemos —¡porque lo sabemos!— que la vorágine de nuestros días no deja tiempo para ver la realidad del mundo. Sin embargo, hay momentos en que conviene detenerse, alzar la mirada, y contemplar lo que no vemos pero que intuimos. Sound of Freedom no muestra imágenes violentas, más sugiere la realidad de lo indecible. Cada plano es un latido de dolor, porque lo que se transmite es de una crueldad excepcional. Y más aún, porque sabemos que lo que estamos viendo no es ficción, sino el reflejo de la amarga verdad de nuestro mundo.
El mensaje del filme nos entrega, con crudeza, una de las evidencias de la tantas veces inhumana sociedad que nos rodea. Es absolutamente perverso, es la desnaturalización del hombre, de su degradación. Sound of Freedom es, sin ambages, un grito desgarrador contra la esclavitud infantil, una llamada frente al secuestro, la tortura y el encubrimiento. Su título es una voz de liberación, emblema de resistencia que clama por la justicia. Es un lamento que interpela al alma misma y que pide a toda la sociedad que actuemos en favor del más débil.
Hagamos, pues, lo correcto. Gastemos unos minutos recomendando esta película a amigos, conocidos, familiares. Vedla. Compartidla. Pero no lo hagáis en soledad, pues al salir sentiréis la imperiosa necesidad de cogeros de la mano, de abrazaros, de llorar. Porque, como reza la película, plena de verdad y dolor: Los niños de Dios no están en venta.