Murió Conrado
Eran las primeras horas de la tarde, del día de ayer -nueve de noviembre de dos mil veinticuatro- cuando el doctor Enrique Sierra, del centro de salud de Ciudad Rodrigo, escribía a sus allegados: “Acabo de certificar la muerte de Conrado” Lo hacía sacudido por la emoción de haber conocido a la maletilla durante toda su vida, como tantas generaciones de mirobrigenses y salmantinos; y empujado por la pasión por la tauromaquia, que le llevaba a compartirlo con quienes comulgamos con él. Conrado ha muerto con los cuidados y en la confortabilidad, que presta la residencia del antiguo Hospicio, con la calidez que todo ser humano merece y tratado con esa singularidad, que se ha labrado durante casi un siglo de vida.
Conrado se ha ido cuando ya barbeaba las tablas, a las puertas de cumplir los cien años de vida, dejando a multitud de gente; vinculada a la vieja Miróbriga y al mundo del toro, abrazados a su leyenda. ¿Qué seria del ser humano sin leyenda?
En muchas ocasiones, nos afanamos en separar la historia y la leyenda de los hechos y del recorrido vital de las personas; de hacerlo así, mutilamos ambas cosas, quitándole la verdad de su esencia. Si la historia la configuran todos los datos que se pueden demostrar mediante pruebas documentales o testigos presenciales; la leyenda atiende a todos los rumores, fundados en mayor o menor medida, que extralimitan lo demostrable, para alojarse en lo ideal. Algunas personas han merecido hacer caminar en perfecta convivencia la historia y la leyenda de sus vidas. Un ejemplo, más que significativo, es el fallecido Conrado: una maletilla de leyenda, cuya historia no importa tanto cuando se le asocia al toro; y se le recuerda con una vieja muleta en la mano y una espada simulada de fresno, esperando que empiece la capea, para darle fiesta a lo que salga por la puerta de los chiqueros de cualquier plaza, en su recorrido por esos mundos de Dios.
Conrado nació en un pueblo de la provincia de León y que se crio en la zamorana localidad de Mozuelas de Carballeda; pero es de Ciudad Rodrigo y su Socampana, donde llegó hace más de 70 años: “aunque soy de la provincia de Zamora, no de la provincia de León –corrige– yo me siento de Ciudad Rodrigo, aquí he sido muy bien tratado, me han dejado ser libre y yo tampoco me he metido nunca con nadie”, ponía de manifiesto en una publicación reciente.
Su vida ha sido una constante búsqueda de la oportunidad; cada vez que le ha puesto la muleta a un morlaco en una capea, para darle el pase por alto y quedarse colocado para el siguiente, buscando el agujero en la eventual plaza, montada para las fiestas del pueblo. Cuántas fiestas de pueblo, de gran parte de Castilla, norte de Extremadura y el concejo portugués de Sabugal han contado durante décadas con la presencia discreta, pero segura de Conrado. Una presencia que, que ha sido correspondidas por las gentes de forma sincera y generosa. Sirva como botón de muestra, que lo empezaron a apodar con los seudónimos de los viejos y afamados maletillas de tiempos pasados; como El Maño, el Puñales, Pecho duro…
¿Habrá sitio donde Conrado no haya hecho noche en el pajar de un conocido, no se haya lavado la cara en la fuente de la plaza o algún regato cercano, no haya ayudado en el bar, para recibir un plato de comida y algún dinero para seguir haciendo vida?
Cada vez que Conrado, ha buscado abrigo para pasar la noche o sombra para escapar del rechisol de mediodía; o cuando comía poco, pero tenía menos; o cuando pasaba el guante para sacar algo de dinero; o caminado por las carreteras, esperaba que alguien le hiciera más corto el trayecto. Lo hacia pidiendo una oportunidad.
Al final de su vida, cuando paseaba trabajosamente por las calles de Ciudad Rodrigo y la gente lo acariciaba –como le gustaba decir–, lo ha hecho pidiendo la oportunidad de vivir un día más. Por eso, ahora que, traspasado el umbral de lo visible, confío y espero que se le haya regalado la eterna oportunidad de plenitud. Descansa en Paz, Conrado y que la eternidad te regalé tantas cosas, a las que la vida te negó.