Motores que emocionan

Motor, cámara, acción

La presencia del automóvil en el cine se ha manifestado constantemente y de diversas maneras. Nos ha dejado desde películas de culto a bodrios infumables, ha inmortalizado determinados coches, retratado carreras míticas o exhibido increíbles escenas de acción. Vamos a poner un poco de orden en todo ello.

Gran Prix (John Frankernheimer, 1966) fue la primera gran producción que abordó el mundo de la competición, mostrando a lo largo de sus 169 minutos de metraje cómo era la Fórmula 1 de los primeros años sesenta, dando todo el protagonismo a las secuencias de carreras, extraordinariamente captadas. Imprescindible para cualquier aficionado.

Igual de mítica es Le Mans (Lee H. Katzin, 1971), 104 minutos que plasman soberbiamente la mítica carrera de 24 horas en el circuito de La Sarthe. Su rodaje fue fruto del empeño de Steve McQueen, que fue su ideólogo y protagonista. Los problemas financieros y los accidentes acaecidos durante su filmación no impidieron que el resultado fuera magnífico.

Muchos años después, ambas competiciones han sido de nuevo retratadas. Rush (Ron Howard, 2013) recorre la temporada 1976 de Fórmula 1 a través del duelo entre Niki Lauda y James Hunt, mientras que Le Mans 66 (James Mangold, 2019) se centra en la obsesión de Ford por ganar las 24 horas y batir a Ferrari. A pesar de algunas inexactitudes y de un exceso de tono dramático, son dos productos bien resueltos y muy recomendables. Operación Fangio (Alberto Lecchi, 2000) también se basa en hechos reales, al narrar el secuestro en La Habana del campeón argentino por el movimiento revolucionario de Fidel Castro, mientras que Winning (James Goldstone, 1969) detalla muy bien el ambiente de las 500 Millas de Indianápolis, con un gran aficionado como Paul Newman en el papel principal.

Si hay un personaje del motor que merecía una película, la deuda está saldada con Ferrari (Michael Mann, 2023). Mezclando las tribulaciones personales del Commendatore con su vida deportiva, el resultado es satisfactorio, aunque algunas licencias del guion o el rodaje de alguna escena no sean del todo fidedignas. Aun así, el relato que efectúa de las Mille Miglia 1957 y de la tragedia de Alfonso de Portago son destacables.

Otras películas biográficas interesantes son Ferrari: Carrera a la Inmortalidad (Daryl Goodrich, 2017), Tucker, Un Hombre y Su Sueño (Francis Ford Coppola, 1988), Lamborghini: The Man Behind The Legend (Robert Moresco, 2022) y por supuesto Barreiros 66 (Julio Buchs, 1966), un documental que recorre la apasionante vida empresarial de Eduardo Barreiros, quizás el personaje más importante de la historia de la automoción española.

Un Hombre y Una Mujer (Claude Lelouch, 1966) es una historia de amor con el hilo conductor de las carreras, un Ford Mustang y una pegadiza banda sonora, que la llevaron a obtener dos Oscar en 1967, precisamente el mismo año en que Gran Prix lo ganó por el mejor sonido. Tuvo una secuela más floja 20 años después, con la misma dirección y actores, ambientada en el París-Dakar y con Thierry Sabine interpretándose a sí mismo, poco antes de fallecer en la carrera que había creado.

Otra historia romántica con el trasfondo del Rallye de Montecarlo y las Mille Miglia es The Racers (Henry Hathaway, 1955), con Kirt Douglas ejerciendo de galán, mientras que The Green Helmet (Michael Forlong, 1961) se centra en la atormentada vida de su protagonista tras una serie de accidentes en carrera, con escenas de acción muy bien rodadas, como en El Arte de Vivir Bajo la Lluvia (Simon Curtis, 2019). Las relaciones de pareja aparecen en Un Instante Una Vida (Sydney Pollack, 1977), con Al Pacino en el papel de piloto, mientras que El Último Héroe Americano (Lamont Johnson, 1973) utiliza las carreras para dar cuerpo a su historia.

El mundo de los rallyes no ha merecido tanta atención, y para una vez que alguien se fija en él más valía que hubiera desistido. Race for glory: Audi vs. Lancia (Stefano Mordini, 2024) pretende retratar el duelo entre ambas marcas por el título mundial 1983. Clamorosos errores y escenas en absoluto reales dan un resultado nefasto.

Las persecuciones de coches son tan antiguas como el propio cine, y han dado lugar a recordadas escenas a lo largo de la saga James Bond y sobre todo en Bullitt (Peter Yates, 1969), French Connection  (William Friedkin, 1971) o Ronin (John Frankernheimer, 1998), nada que ver con el abuso de los efectos especiales de las irrelevantes sagas Taxi o Transporter. Si somos más patrios, las películas del llamado cine “quinqui” de los años setenta y ochenta, rodadas por José Antonio de la Loma, ofrecen planos bastante dignos con los Seat y Chrysler de la época, papel que en Airbag (Juanma Bajo Ulloa, 1997) desempeña un Dodge 3700 GT.

En otras ocasiones los propios coches se han erigido en protagonistas, como el DMC DeLorean de Regreso al Futuro (Robert Zemeckis, 1985), el siniestro Plymouth Fury de Christine (John Carpenter, 1983), el no menos intimidante camión Peterbilt que acosa a un Plymouth Valiant en El Diablo Sobre Ruedas (Steven Spielberg, 1973), el autobús GM TDH 5303 de Speed (Jan de Bont, 1994) o los Volkswagen Escarabajo de las infantiles películas de la serie Herbie.

Aunque menos presentes, han tenido su relevancia en las tramas el Ford que da título a Gran Torino (Clint Eastwood, 2009), el Alfa Romeo Duetto que conduce Dustin Hoffman en El Graduado (Mike Nicols, 1969), el Tiburón de Carreteras Secundarias (Emilio Martínez-Lázaro, 1997), el MG-TD de Dos en la Carretera (Stanley Donen, 1967) o incluso el 2 CV de Gracita Morales en Sor Citroën (Pedro Lazaga, 1967). 

Cuestión aparte son los escurridizos Minis Cooper de los atracadores de Un Trabajo en Italia (Peter Collinson, 1969), una entretenida cinta con un prescindible remake en 2012, o El Gran Atasco (Luigi Comencini, 1979), cuyo título ya nos da una pista de la presencia de los automóviles.

Hay muchas más películas en que el automóvil tiene un papel residual en el reparto (Grease, Cannonball, La Carrera del Siglo, Días de Trueno), mientras que determinados escenarios automovilísticos tienen espacio dentro de las tramas. Por su curiosidad, entre estos me voy a ceñir al cine español, con la aparición del circuito del Jarama nada más inaugurarse tanto en Sharon Vestida de Rojo (Germán Lorente, 1968) como en Hay que educar a Papá (Pedro Lazaga, 1971). Montjuich, que era el otro circuito nacional utilizado por la Fórmula 1 en esa época, es el contexto de Larga Noche de Julio (Lluis Josep Comerón, 1974), historia en la que las 24 horas motociclistas son la coartada perfecta para un atraco.