Bala de plata

Morir por Rusia

Una de las cosas que más me impresionó de Moscú, hace años, fue su gigantismo y los cañonazos en la fachada de la Duma, que es como llaman allí al parlamento ruso, antigua sede del Soviet Supremo de la URSS.

Boris Yeltsin había ordenado a los tanques bombardear el parlamento para desalojar a los diputados que se atrincheraron pacíficamente en el impresionante edificio de viso blanco. Murieron 200 personas y un millar resultaron heridas. Ocurrió ya en “democracia”.

Rusia es una tierra donde la sangre, por una u otra razón, corre como ríos de lava: en tiempos de los zares, durante el comunismo y con Vladímir Putin, el “regio” megalómano imperecedero. El valor de la vida es un concepto pequeño en uno de los países más grandes del mundo.

Tragedias

Recuerdo, porque analicé el caso en su momento para la UNED, una chatarra de avión Túpolev-154, modelo ex soviético que aún se eleva asombrosamente, cuando cayó en aguas del mar Negro después de despegar de Moscú con 92 pasajeros que fallecieron en el siniestro. A bordo viajaban militares e integrantes del coro de danza Alexandrov del ejército ruso.

No dejaría de ser un aciago accidente si en las dos últimas décadas ese tipo de aeronave arrastrara un historial de 800 muertos.

Desgraciadamente, en España hemos conocidos la temeridad rusa. En 2003 otra chatarra volante, un Yakovlev Yak-42D, se estrelló mortalmente en Turquía con 75 personas a bordo, de ellos 62 militares españoles que regresaban a casa tras su misión en Afganistán y la desidia arrogante de un ministro felón, de nombre Trillo. Está considerada la mayor tragedia de las Fuerza Armadas españolas en tiempo de paz.

Sin duda, la vida es el hecho más valioso del ser humano. En unas sociedades más que en otras, ciertamente. En Rusia, con distintos pretextos, lleva cayendo en picado varios siglos, con sus aeronaves ataúd, sus tropas en tierras ucranianas o sus misiles homicidas.

“Los propios orígenes son una marca indeleble”, reza un popular proverbio ruso. Gran verdad que conviene tener presente.