Lecciones caribeñas
Se ha repetido reiteradamente que los pasos que está dando nuestro país se asemejan, en mucho, al proceso que se vivió en Venezuela con la llegada de Chávez y que, con el inicial escepticismo e incredulidad de una gran mayoría de ciudadanos, poco a poco se fue haciendo con las riendas del país, colonizó todas las instituciones y terminó convirtiéndolo en su finca privada. El proceso se inició con la anulación de la constitucionalidad hasta llegar a un solo poder, el suyo. El que representaba él mismo y que con mano de hierro —pero con el guante de terciopelo que suponía el famoso, distendido y hasta entretenido programa dominical ¡Aló Presidente!— usaba y abusaba para dirigir, ordenar y expropiar.
Aunque lo cierto es que hay que decir alto y claro, y bien lo sabemos los que allí vivimos entonces, que esa estrategía, por más que la encarnara el «bocón de Barinas», no fue obra suya. La misma, perfectamente pergeñada, venía directamente teledirigida desde La Habana, donde otro dictador, Fidel Castro, tenía sometido al país y conocía perfectamente las peores mañas para engañar y someter a todo un pueblo.
Y, como ascendiendo en la cadena de mando, por encima de Cuba y con excelentes asesores estaba —no podía faltar— la mano de la extinta URSS, actuando como garante y valedora de su sucursal comunista en el Caribe, proyectando su esquema político y situando como principal activo la llamada dictadura del proletariado. Que no era otra cosa que la negación de la libertad individual en aras del omnímodo poder del Partido —el Comunista, claro—, y en donde el papel del hombre es parangonable al de un mero tornillo en un complejo y vasto engranaje. Los derechos inherentes a su condición humana —pensamiento, fundamentalmente— desaparecen para ser suplantados por el poder de la organización, que viene a representar, se supone, los intereses de la mayoría. Referido así, sintéticamente, para resumir lo que es la teoría y praxis por la que se rigen todos los Partidos Comunistas del mundo, inspirados en la revolución de los soviets en 1917. La de Lenin y Trotski, para entendernos.
Luego, para suavizar la radicalidad del movimiento, endulzarlo y darle un toque caribeño, de manera que pareciera algo muy venezolano y con ello llegar mejor al corazón —que no al cerebro, porque eso ya lo ponían ellos— de los ciudadanos, se sacaron de la chistera a Bolívar —un burguesito descendiente de españoles— y lo sacralizaron convirtiéndolo en una especie de deidad y, a partir de ahí, todo cuanto se hiciera quedaba aderezado con el calificativo «bolivariano». Lo convirtieron en mártir, en libertador, en padre de la patria, reinventaron y reescribieron la historia para adecuarla a los intereses de Chávez y el partido —ahí, por la experiencia Cubana, en lugar de llamarlo Partido Comunista le nominaron PSUV, Partido Socialista Unificado de Venezuela— y, desde ese falso socialismo inspirado en Bolívar —quien nunca fue socialista ni nada que se le pareciera—, iniciaron una política totalmente copiada de Cuba. Es decir, comunismo duro y puro. Y todo ello, en la tramposa idea de una pretendida liberación nacional y una vida mejor para los ciudadanos.
Y en ese camino, es importante decirlo, por Miraflores transitaron profusamente unos supuestos asesores españoles organizados en torno a un tal Centro de Estudios Políticos y Sociales, adscritos entonces a la universidad de Valencia —Monedero, Iglesias, Errejón, entre otros—, para profundizar y asesorar en la línea que, finalmente, supuso la absoluta negación de las libertades y la quiebra total de los derechos individuales y la democracia en aquel hermoso, y hoy, sufrido y arrumbado país.
Entonces, visto lo visto, amigos, ¿se dan cuenta lo que esto quiere decir?, ¿han comprendido la verdadera intención para la que llegaron y donde querían llevarnos aquellos jóvenes que aquí, encarnando una falsa nueva política «rodeaban el Congreso», gritaban «con Rivera no» y lo de «no nos representan»?: al comunismo. Es decir, a una nueva Cuba o a una nueva Venezuela.
Lamentablemente España, así se constata día a día, repite errores que se dieron en aquellos países y hasta hay unos repartos de papeles en sus aviesos y torcidos dirigentes para sumirnos en la misma miseria, ruina y —a poco que nos descuidemos—, dictadura. Y esto, por más que lo pueda parecer, no es desmesura, porque la realidad venezolana, cubana o nicaragüense está ahí. Y no tengan dudas que una mano negra nos ha situado ya en el punto de mira para engrosar la lista de países tocados por la desgracia del socialismo, primero, y el comunismo —disfrazado de lo que sea—, después.
Les diré que en Venezuela, las patas sobre las que se asentó el golpe de estado bolivariano, bautizado también como Socialismo del siglo XXI, la representaron: primero, el Presidente; luego, el ejército con diversos ministros intercambiables elegidos siempre por la inteligencia cubana, hoy, Vladimir Padrino —jefe del cartel de los soles—; también una serie de inescrupulosos empresarios corruptos afines al gobierno y, por encima de todos, la amueblada y malvada cabeza de Diosdado Cabello. El verdadero agente de Moscú y la Habana.
Y no sé por qué, cuando menciono al día de hoy a Maduro y a Diosdado, mi subconsciente me lleva a Sánchez y Pumpido.
¿Por qué será?