Alcazaba

La dieta del gordo

No sé si el personaje de esta historia, real, vive aún, pero lo claro es que su vida pudo ser narrada por Rabelais, a la manera de Gargantúa y Pantagruel.

Me invitaron a su boda, la del hombre más gordo del mundo, pero decidí no ir, porque me dijeron que cada comensal sería atendido con media vaca, y yo, desde hace meses, sólo me conformo con el rabito del lechón.

Entre otras cosas, no sé por qué un hombre gordo y feliz decide casarse. No conozco a un solo gordo que sea mala gente. Los gordos de por sí respiran bondad, solidaridad, fraternidad, buen humor. Para construir la cama de Manuel Uribe, que así se llama este gordo de 560 kilos de peso, debieron derribar sesenta samanes centenarios de la selva de La Candona, con los cuales fueron cortadas y cepilladas 103 tablas, de siete pulgadas de espesor cada una, para diseñar el tendido del trono, que no cama, en el que dormirá de hoy en adelante con su consorte Claudia Solís.

Sólo tres veces se ha movido de su cama. La salida al casorio, la última, – lo vimos en CNN-, exigió presencia de ejército, bomberos y ambulancias. El gordo fue llevado al despeñadero en una grúa adaptada como camión nupcial, y luego fue izado en una especie de calesa de tracción humana, una gran nave con angarillas que exigió el lomo de doscientos obreros de Monterrey, algunos de ellos luchadores profesionales.

Que sean felices, decimos, pero la república mexicana deberá contribuir con el mercado, pues al parecer Uribe desayuna con un ternero entero, acompañado con generosas raciones de pan, tortilla y queso blanco. Hacia las once más o menos, cuando empieza a “hacer hambre”, da cuenta de un pernil de cordero con guarnición de papas sudadas, mole poblano y enchiladas.

Le aconsejaron que el almuerzo debe ser frugal –el gordo está en dieta y ya publicó un libro acerca de cómo perder kilos, sin dejar de comer- y es por ello que cocineros expertos traídos directamente desde Segovia, España, le preparan diariamente tres lechales regados con vino blanco y acompañados con viandas de garbanzos en frutos de mar, aceite de oliva y jeta de ternero tierno.

Lo de hoy es un “pispirispis” comparado con lo de ayer. El matadero de Monterrey debía enviar a su casa, diariamente, una res debidamente desollada, sólo para el almuerzo; ya al atardecer, el gordo se solazaba en el consumo de morcillas poblanas, sesos encofitados y pezuñas aborrajadas. Entre el postre de tres leches, las “Islas Flotantes”, los suspiros y las colaciones de Cuernavaca, se daba a libar amarettos, y mezcales refinados al tiempo de la sobremesa. Su madre, Otilia Garza, dice que es buen charlador, a veces un poco guasón, como el feo y cínico Voltaire. Ella le confeccionó la guayabera nupcial, la cual requirió 95 metros de olán de lino.

Al gordo le aconsejaron no comer de noche –también la sal se la prohibieron hace años- pero él dice que un tentempié al filo de las diez, antes del noticiero, no cae mal. Es por ello que los cocineros se afanan en tenerle listo su Jabalí al Jerez, un plato harto exquisito, con comillos y todo.

Viendo cómo come, recuerdo los días de la gula, cuando iba por Cali en compañía del poeta Farías, en busca de los cenaderos del amanecer, y era preciso pedir dos pollos –Farías se conformaba con un consomé- con retaguardia que incluía una arroba de papa hervida, arroz, doce arepas sin sal y un litro de Colombiana. Creo que nunca más volveré a comer así. Quizá el único que me aventajaba era Harold Alvarado Tenorio, quien, según Farías, se hizo servir en El Buda, los dos chuletones del adiós, antes de que le amarraran el estómago, como a Maradona. La frugalidad espartana es buena, cuando se conoce la ebriedad de la gula, pecado capital.