Y Karla nos llevó al diván
La vida da muchas vueltas dicen los sabios. A veces el bueno se convierte en malo. El malo en bueno. O todo a la vez. Y lejos de esta simplificación tan peregrina lo cierto es que vivimos experiencias a lo largo de nuestros días en el mundo llenas de claroscuros, grises y contradicciones. No obstante, aunque las épocas cambian, sin dejar de imprimir el imperfecto sello humano, en la actualidad nos encontramos en un momento, alentado por la eclosión digital, donde se persigue el error con ansia inquisidora y se castiga sin apenas posibilidad de redención siguiendo un catecismo neopop muy propio de la sociedad enrabietada y falta de rumbo en la que vivimos.
Karla Sofía Gascón, la actriz trans que ha protagonizado la cinta multipremiada internacionalmente, Emilia Pérez, se ha convertido estos últimos meses en el vivo exponente de esta realidad esquizofrénica en la que nos hallamos instalados. Por acción, desde luego, pero también por omisión.
Lo que empezó como un idilio de la industria desmesurado e interesado para una película llamativa y con mensaje, pero no magistral, terminó en una cancelación integral de una intérprete, desconocida en España, pero que había enarbolado la causa LGTB por todo el mundo. ¿Su pecado? Unos tweets publicados hace años mostrando evidente discriminación racista, opuestos a su tolerante esquema de pensamiento público, pero muy reveladores sobre sus ideas reales en privado.
Si bien es cierto que lo mostrado en X es indefendible, resulta paradójico el ataque tan agresivo al que se vio sometida Gascón, tras la filtración de los mensajes por una periodista canadiense, a la vista de otros ejemplos anteriores. Ninguna cancelación es tolerable, pues es una respuesta tribal a un problema subsanable con el perdón y el propósito de enmienda, o, en último término, con la acción de la justicia, pero menos cuando ésta esconde una burda hipocresía a todas luces intolerable.
Existen actores investigados, hasta condenados, que siguen rodando tras cometer actos mucho más graves que la borrachera tuitera de la madrileña. Incluso son idolatrados o premiados. Resulta por tanto preocupante así pues que lo que para unos, hombres en general, vale no lo haga para una actriz transexual brillante si lo que nos importa de veras es el cine. A veces uno duda de si Hollywood es una nueva Iglesia, con sus credos bienpensantes de obligado cumplimiento, una ONG de causas nobles, un alto tribunal o el referente cinematográfico que EEUU nos vendió por fascículos hasta la extenuación.
No obstante, más allá del espectáculo de amor y odio demostrado por la cínica aristocracia hollywoodiense, moderado en el caso del cinema español, lo que deja entrever el caso es que caminamos paso a paso hacia una civilización que se cree inmaculada y por ende se siente con el derecho de degradar todo aquello que cuestione esa forzada, pero engañosa, pureza.
Un mal hábito que alimenta el enfrentamiento, eleva los niveles de ansiedad y nos clasifica como bondadosos o auténticos malhechores, sin mediar siquiera un jurado colegiado y democrático. Karla deberá aprender a ser más prudente, controlar su visible soberbia y aprovechar este bache para mejorar como persona, un aspecto reservado a su intimidad. Pero los demás tenemos la obligación de ser más racionales y no dejarnos llevar por el populismo sentimentalista capitalista que destruye toda posibilidad de ser una comunidad humanista, ilustrada y dueña de sus emociones. Una oportunidad para la reflexión comunitaria. Nunca está de más.