En corto y por derecho

Juego de naipes

«Pero el destino, tejedor implacable de tramas inexorables e incomprensibles para los mortales, ya había dictado su sentencia inapelable»

Homero, Virgilio y el propio Sófocles, le dan una excesiva importancia a un destino dictaminado por los dioses. Aparentemente, tal exageración, podría ser una herramienta retórica para dar un tono épico a sus escritos. Sin embargo, hay algo mucho más profundo en ello.

El inexorable destino y el capricho de los dioses es lo que hoy llamamos ‘determinismo’, un concepto sujeto a interminables debates filosóficos que con la irrupción de la neurociencia ha devenido en las limitaciones, cuando no la ausencia, del libre albedrío. Cuando vemos caer a nuestro alrededor los meteoritos de la enfermedad, los accidentes o los golpes de suerte, nos preguntamos si hubiéramos podido modificar el curso de los acontecimientos con una férrea voluntad. Una reflexión profunda nos lleva a la conclusión de que estamos inermes frente al capricho de los dioses y que la suerte no depende de nuestra conducta, por más que las religiones monoteístas hayan insistido en ello. El premio y el castigo circulan a su antojo, repartiéndose arbitrariamente. Por ello no cabe pensar en la culpabilidad ni en el mérito cuando se reparten las cartas. No nos queda más que ‘paciencia y barajar’.

Esta frase aparece en la segunda parte del Quijote, específicamente en el episodio de la cueva de Montesinos. El caballero Durandarte, hablando de las hazañas reservadas para los grandes hombres, dice: «Y cuando así no sea, paciencia y barajar».