Inviernos
A pesar del implacable cambio climático, todavía no son extraños en los campos de Castilla y otras regiones los suelos duros por la helada blanca que enfría el aliento y los pies; y hace despertar los sentidos de personas y animales. Días de escarcha- carámbano decimos por aquí- en pilones y charcas, con los termómetros bajo cero y alguna chimenea humeante de las casa de las fincas, que hacen presagiar vida, después del frío. Ese frío que permanece en la umbría de las plazas de tientas hasta cuando ha entrado la tarde y que hace que se resbalen animales y toreros, es todavía, compañero fiel en nuestros campos cada invierno.
Con todo, no es nuevo hablar en esta columna de la saludable fecundidad de los inviernos. Inviernos que se cuajan a base de coloquios y charlas organizadas por innumerables asociaciones taurinas, que aportan enjundia y fundamento a todo aquel aficionado que a ellas se acerca. Pues si siempre es imprescindible darle alimento, al alma. El alma taurina no lo es menos, o quizá sea más. Por eso no se equivoca el que afirma que, sin pasión, nadie sale de sí mismo, y para salir de nosotros mismos y aficionarnos necesitamos apasionarnos.
Los inviernos de Castilla, todavía nos obligan a abrigarnos de amistad, echando un rato a la lumbre de la chimenea de una casa de campo, o de los pocos rincones taurinos que van quedando: o la fogata echa en día de herradero, mientras los hierros que marcan los becerros se calientan, y a veces se destemplan, al soplete de butano. Un calor, que como acabo de aludir, va más allá de lo físico; dando posibilidades de sentir el calor humano de quien vibra como tú y por lo mismo que tú. Y también de asomarse a otras maneras de ver la vida, constatando que como siempre son muchas más las cosas que nos unen, que las que nos separan. Así mismo, no son pocas las veces, en que te das cuenta de que cada uno hace distinto camino, porque no son iguales los zapatos.
Estos tiempos cambiantes que no terminan de perfilar un futuro claro para tantas cosas; y dejan atrás aquellas épocas, en que las figuras permanecían en las fincas ganaderas durante semanas, en las que Dios daba el tiempo de balde, para tentar, montar a caballo, entrenar de salón con su moza de espadas o peón de confianza y estrechar vínculos con los ganaderos y personal de la finca; dejando en muchos casos, amistades eternas.
También desparecieron los grupos de maletillas que, a partir de año nuevo, venían a Salamanca con la ilusión de prepararse para ser toreros, y alojados en alguna modesta pensión de Salamanca, o de algún pueblo ganadero, buscaban matar el hambre de toro, a la vez que se las arreglaban como podían para matar el hambre de pan.
Ahora que vemos como los inviernos taurinos se mueven con fuerza en las redes, podemos presagiar, que no son más que un reclamo para acercarnos unos a otros, en cada evento que se anuncia, o cada reseña de lo sucedido.
Los tiempos diferentes, los inviernos también, pero la pasión taurina no se ha muerto, aunque nos pueda parecer dormida, e inverne al calor de la vida, que afortunadamente nos damos unos a otros.