Integridad
La Fiesta está pasando por momentos inciertos, plagados de claroscuros, no son los primeros, ni tampoco los últimos. Es cierto que se advierte mucha más gente joven en los tendidos de las plazas, y eso estimula al empresario a programar algún festejo más. Esto llega tras el gran desplome vivido hace casi dos décadas con la crisis mundial de 2008, cuya recuperación se amortiguó fuertemente con la pandemia del 2020. Es cierto que ambas circunstancias puntuales, pudieron ser la piedra de toque que trajo como consecuencia el efecto causal de un cambio de época, que está haciendo emerger un ser humano que va dejando atrás motivaciones que pudieran parecer atávicas pero que no lo son.
En tantos lugares de tradición taurina, se ha apagado la llama de tal manera, que si no se dan toros no pasa nada. Y en tantos sitios se programan festejos con un fuerte apoyo institucional, con el implacable riesgo de que las urnas digan otra cosa, y se acabe la función. La fiesta ya no está respaldada por una cultura rural, que la aupaba y hacía que mucha gente comprara la entrada para los toros, con la normalidad y fidelidad que lo hacía con el pan de kilo. Y sólo daba para una cosa, el pan podía esperar, que amasaban todos los días; mientras que los toros, sólo se daban por las fiestas patronales. Eso ya pasó a la historia, ahora la Fiesta ha de ser reclamo por sí misma, y por si sola. Es cierto que ha de estar ayudada por todos los medios comerciales a su alcance, pero no puede depender sólo de ellos.
La tauromaquia tendrá futuro, si se mete por los estrechos caminos de la esencial integridad, que busca todo aquel que necesita encontrarse de verdad con lo que le han ofrecido y por lo que ha pagado. Una integridad que pide a gritos un toro, que salga a la plaza como estaba en el campo, unas presidencias que cumplan reglamentos, y unos reglamentos que garanticen tauromaquias, no sucedáneos de estas. Una fiesta así, es reclamo y hace aficionados, que permanecen en el tiempo, custodian la esencia de la fiesta y son fermento de nueva afición, entre un público necesario, pero líquido; en una era de la historia que necesita de elementos sólidos que consoliden cultura.
De esto nos tenemos que convencer cada día más los aficionados, que contemplamos como riadas de público, joven mayormente, llegan a localidades cercanas a las nuestras, en las tardes de feria, y pasada una tarde, o un par de ellas, no los volvemos a ver. Si la fiesta y la sociedad en general, necesitaron en otros tiempos de la fluidez necesaria que le permitiera evolucionar y no estancarse, en estados de predesaparición; ahora necesita andar los caminos de la solidez que le permita consolidarse en el mejor de sus reclamos: la integridad, donde a la vida, se le llame vida y a la muerte se le llame muerte, y ambas convivan en el riesgo, que se torna arte.