La insoportable levedad del ser
Maravilloso título de una extraordinaria novela de Milan Kundera.
A mí me pasa lo mismo que a usted (decía el músico argentino Palito Ortega), no sé si serán los días de intenso calor bajo la ineficaz sombra de la Plaza del Sol de Madrid donde el Oso de Antonio Navarro Santafé parece querer esconderse debajo del Madroño para escapar del sol; o tal vez se trate de las extrañas proposiciones a
Premios Nobel de la Paz, o de las extrañas defensas de los muchos acusados y condenados que desfilan por las cámaras de televisión sin desparpajo.
No sé a ciencia cierta qué será, pero brilla en algunos rostros que deambulan por las calles de cualquier barrio y de cualquier país, rostros que arrastran la insoportable sensación de las repeticiones infinitas de Nietzsche, como si no pudiera romperse con esa condena de la existencia que cansa, agota, provocando un estado de insatisfacción contagioso del no poder salir de un camino circular.
La enfermedad de nuestros días, como una pandemia sin declarar, no viene dada por una bacteria, sino que se trata de un vacío existencial que genera LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD, una desproporcionada relación entre la realidad y los miedos, temores que crecen de forma desproporcionada.- .
La proclama del deber ser, las teorías del “Mindfulness”, las técnicas de meditación, ante el vacío existencial resultan esfuerzos insostenibles, que muchas veces acaban por dejarnos peor que antes, si no contamos con el apoyo profesional necesario de quienes se forman para tratar estas patologías, y también si no buscamos apoyo emocional y espiritual también fundamentales (se debe tener precaución ante la abundancia de “falsos profetas y de manipuladores de dudosa reputación”).
De qué sirve meditar si no tengo en qué creer, si la existencia se pone en duda y la paz resulta una palabra más del diccionario, un deseo imposible de alcanzar.
Hemos llenado de utopías nuestra vida, transformando los deseos de ser por el tener.- Tal vez sea necesario, en estos intensos días de calor en Madrid, o las brumosas y frías mañanas de Buenos Aires, detenerse, perder ese minuto indispensable de este día, en forzar lo que tanto cuesta, enloquecer un poco y volver a sonreír sin motivo alguno, a pesar de todas las pantallas que gritan: “no es posible salir de esta trampa del destino que condena a la tristeza”, me gusta ser rebelde, entre las tormentas de angustia, sonreír, frente a los malos tratos, sonreír.-
Y si necesitas encontrar una razón para seguir, sólo puedo decirte que recuerdes ese día donde sólo podíamos mirarnos a los ojos porque nos taparon la boca y nos encerraron, que a pesar de sólo ver las miradas de la gente, aun así podíamos saber cuándo alguien sonreía, porque tal vez querido amigo sea la sonrisa la única vacuna
contra la “Insoportable levedad del ser” y nos permita seguir creyendo en la “humana humanidad” (deliberate redundantia).-