Los indignados engañados
El final de la primera década del siglo XXI fue tremebundo pues a la crisis del 2008 originada en los EE.UU. le siguió la del 2011, cosecha propia de la UE.
En mayo del 2011 surgió el movimiento del 15M que todos recordamos. Se llamaban a sí mismos los Indignados. Aquel movimiento no sirvió para nada útil salvo para alzar al poder a la extrema izquierda de Podemos, partido antisistema deseoso de convertirse en casta para forrarse.
Las recetas de Podemos, compradas gustosamente por el PSOE, han fracasado rotundamente. Los españoles somos cada vez más pobres, estamos más endeudados, y cada vez nos alejamos más de la renta media europea. No daré cifras porque los que me leen, si tienen esa paciencia, ya las conocen. Los indignados del 15M han sido totalmente engañados.
Este constante ir a peor es la consecuencia de radicalizar nuestra socialdemocracia y convertirla, con la ayuda de la casta de Bruselas, en un eurosocialismo que lo ha apostado todo al estado a costa de sangrar a las clases medias y a las Pymes.
No hay que dejarse engañar, no es cosa del neoliberalismo pues este brilla por su ausencia en España, o ¿cómo si no explicamos el crecimiento desaforado del estado y del empleo público, de la burocracia, del intervencionismo hiper-regulador, de la carga fiscal que soportan los ciudadanos y las Pymes, del déficit público y de la deuda?, y ¿cómo explicamos el hundimiento de la economía española en ranking de libertad económica de la OCDE?. Nada de esto es liberal. Sólo en la comunidad de Madrid podemos hallar algunas trazas de liberalismo, y siendo modestas, resulta que dan buenos frutos.
La nomenklatura de Podemos, junto con la partitocracia de siempre, nos han vendido que el estado es la solución a todo, que hay que trabajar menos y cobrar más por decreto, que la culpa de todo es de los ricos y de los propietarios de clase media. Nos dicen que la riqueza no se crea mediante el ahorro, la inversión, la asunción de riesgos, y el esfuerzo, que basta con emitir deuda para disparar las plantillas públicas y dar paguitas a diestro y siniestro mientras confiscan a los que producen el 50% de lo que ganan. Todo este despropósito es la causa principal de los serios problemas actuales.
En otros artículos he comentado el gris futuro que le espera a la juventud si no abandonamos el estatismo. También he tratado el tema de la insostenibilidad de las pensiones a largo plazo, de manera que los que hoy tienen menos de 30 años van a sufrir notables recortes, sin contar que tendrán que jubilarse bastante más tarde.
La juventud, muy probablemente, será más pobre que sus padres, muchos menos tendrán vivienda en propiedad, salvo herencia, y desde luego cobrarán pensiones notablemente más bajas, lo cual es una tragedia. No entiendo como no se indignan y salen a la calle otra vez.
No se trata de exigir una nueva ronda de las fracasadas y rancias recetas socialistas y estatistas que han fallado estrepitosamente desde la llegada al poder de ZP, sino de reclamar un sistema económico que genere crecimiento y más oportunidades de empleo, para lo cual hay que favorecer el desarrollo del sector privado, el verdadero motor de la creación de riqueza, de la innovación y el progreso socioeconómico. Necesitamos poner coto a la expansión sin fin del estado que parasita a la juventud y a las clases medias.
Me gustaría verles reivindicar que sus cotizaciones son suyas y sólo suyas y que por lo tanto se deben destinar a un plan de capitalización como se hace en muchas de las naciones avanzadas. El interés compuesto, fruto de invertir sus cotizaciones en bienes reales, hará que se retiren con una pensión mucho más alta que las de sus padres. Si tragan con lo que hay, todos aquellos que no ahorren notablemente, malvivirán con una menguada pensión del estado, bien inferior a la de sus padres.
La reducción de los fondos disponibles para el sistema de pensiones de reparto de los mayores de 30 años se puede compensar mediante i) el recorte del gasto público improductivo y medidas de eficiencia (fácilmente 2 puntos de PIB), ii) políticas de oferta que desarrollen el potencial de crecimiento de nuestra economía (al menos 2 o 2,5 puntos de PIB) y iii) la explotación de los materias primas del país (impacto difícil de estimar pero notable en todo caso).
Me parece que ya va siendo hora de indignarse de verdad, pero sin dejarse manipular otra vez por un partido político, es el momento de exigir un cambio de rumbo a nuestros gobernantes, de reclamar que apuesten por nuestra juventud y su capacidad para aprender, esforzarse y generar riqueza para sí mismos y para la sociedad.
Para construir el futuro de prosperidad que la juventud merece y que está a su alcance, deben reclamar vehementemente mucha mayor libertad económica y que el estado y su sangrante burocracia den un paso atrás y dejen de parasitarnos a todos.