Memorias de un niño de la posguerra

De impuestos, despilfarros y otros frutos amargos

Si no me falla la memoria, lo que empieza a ocurrirme, hay una frase solemne, que ha pasado a la historia, del sabio Solón, que dijo “He dado a los atenienses las leyes más duras que podían soportar”. No sé si el Gobierno actual ha seguido las normas de Solón, pero si las ha querido  aplicar se ha pasado unos cuantos pueblos. En su afán recaudatorio, no para de establecer normas que repercuten en los bolsillos de los ciudadanos, y lo justifica diciendo que el establecimiento  de nuevos servicios requiere más impuestos. La Ministra de Trabajo, desde su nombramiento, se ha convertido en una especie de Juana de Arco con un claro objetivo: hacer más feliz a la gente. La gente, por supuesto, es la clase trabajadora, que para ser más feliz debe conseguir ganar más, y trabajar menos. Es una fórmula muy interesante, que no tiene más que un pequeño inconveniente, y es que eso supone ingresar más dinero en las arcas públicas; es decir, aumentar los impuestos. ¿ Y quién paga esta fiesta? Pues los contribuyentes, y, sobre todo, los ricos. Y entre los ricos destacan los empresarios. Hay un pequeño detalle sin importancia, y es que la inmensa mayoría de los empresarios en nuestro país son pequeños, que no sólo no son ricos,  sino que pasan dificultades para pagar sus menguadas nóminas, sus escasos beneficios de los que buena parte van a parar al Estado.

En estos días se ha celebrado una reunión del Gobierno con los Presidentes y Presidentas de las Comunidades Autónomas, que llevaban tres años pidiéndola para debatir el reparto de ingresos para hacer frente a sus necesidades. Parece que el reparto actual no satisface a ninguna Comunidad, y algunas de ellas dicen, con razón, que no son tratadas con equidad. La realidad es que ponerse de acuerdo en la forma de reparto exige tener en cuenta una serie de factores: población, diferenciación territorial, recursos económicos, y un largo etcétera. La palabra “solidaridad”, referida a que los que más ingresan dediquen parte de esos ingresos para ayudar a las regiones más desfavorecidas, se emplea con frecuencia, pero en la forma de reparto hasta ahora no ha habido forma de ponerse de acuerdo. Los expertos parecen coincidir en que la región más perjudicada es la valenciana, ya lo era antes del DANA pero ahora sus necesidades son aún mucho más perentorias, porque a la desgracia del fallecimiento de más de doscientas personas se suma la pérdida de viviendas, de industrias, comercios y medios de transportes, que necesitan con urgencia ayudas para hacer frente a una desgracia que además de ser terrible no puede decirse que haya sido bien gestionada por los poderes públicos, con el gobierno regional a la cabeza. Se han adoptado ayudas necesarias pero con cuentagotas, ante la desesperación de los ciudadanos afectados. El ejemplo de lo sucedido en la isla de la Palma, donde la vomitona del volcán hizo desaparecer viviendas y empresas, y pese a haber transcurrido tres años todavía no han llegado las necesarias y adoptadas ayuda a parte de los damnificados, puede servir de advertencia y preocupación a los valencianos.

Mientras tanto, en la reunión de Presidentes, sólo se ha adoptado un acuerdo: volver a reunirse, lo que es muy respetable pero poco esperanzador. Y, por no variar, los catalanes se sienten perjudicados, mantienen que el Estado les debe dinero y quieren que se les elimine su deuda. Y protestan porque Madrid baja los impuestos a sus habitantes, y pese a ello recauda más y es la que más aporta a la solidaridad interregional. Al Gobierno esto le sienta como un tiro, y considera que es una especie de dumping. Parece que a las demás regiones eso del dumping les está vedado. Pero el milagro de que bajando los impuestos se acabe recaudando más hace que cada vez más empresas acudan a Madrid. En lo que se refiere a que los catalanes tengan un acuerdo bilateral con el Estado, eso no lo aceptan la mayoría de las Autonomías, entre ellas algunas gobernadas por los socialistas, porque sería una discriminación inadmisible. Que algunas Comunidades reciban más cuanto más gasten hace que se hable de una palabra que molesta: despilfarro.