Candela

Hoy, hace 48 años

Escuchen amigos, hoy les voy a contar una historia —casi un cuento— que aún no ha concluido y comienza con aquello de: érase una vez…

Pues sí, miren, hubo un país llamado España que hace mucho, nada menos que 80 años, sufrió una guerra terrible. Una guerra en la que pelearon hermanos contra hermanos y en donde amigos, vecinos y hasta familias, quedaron irreconciliadas para siempre.

Una guerra en la que los contendientes cometieron excesos, crímenes y todas las barbaridades e inhumanidades imaginables –y hasta inimaginables– cuando el odio, el rencor y lo más abyecto de la condición humana se desata.

La imagen bíblica de Caín matando a su hermano Abel, sería la representación más gráfica para entender a lo que puede llegar el hombre en su estado más incivilizado y cuando la deshumanidad y el odio ha anidado en su alma y se convierte en la principal razón de ser.

La única parte positiva de aquella terrible contienda –que es mucho decir, pero entiéndase como expresión–, fue que los españoles, de un bando y de otro, quedaron tan agotados, tan hastiados y tan vacunados contra la guerra y sus maldades, que después de tres años de contienda y una vez llegada la paz, el principal esfuerzo de todos fue olvidar, superar el terrible pasado y comprometerse a que el drama acontecido no volviera a repetirse.

Sin duda, un propósito sincero que, aún con dificultades, el pueblo español, sereno y sabio en aquellos momentos, tuvo las ideas claras, la decisión firme y la indomable voluntad de avanzar, en muchos casos, aprendiendo a olvidar.

Y de esta manera, tras la muerte de Franco –hace ya 50 años– los españoles se convocaron colectivamente —desde los más diversos postulados ideológicos— a superar aquel trauma que tanto dolor había provocado, y profundizar en lo que realmente hace grande un país y dichosos a sus ciudadanos: la paz, el trabajo y el progreso.

Pero no fue algo casual ni cosa del destino el que aconteciera un proceso llamado «Transición Democrática» que supuso el paso de un sistema autoritario –aunque los últimos años del franquismo, con matices y alguna excepción, ya no lo era tanto–, a un sistema democrático y homologable al resto de países occidentales.

Y fue en aquel momento, de la mano de la Corona y con la acertada orientación de Torcuato Fernández Miranda, cuando surgió la figura de Adolfo Suarez. Un joven político, proveniente de la Falange, pero que mostraba hechuras en cuanto a poder ser la persona que capitaneara y dirigiera el cambio político que España necesitaba. Y no fue fácil, primero, por las lógicas desconfianzas de los líderes socialistas y comunistas del momento —Felipez González y SantiagfoCarrillo—, luego, el entramado nacionalista pero, también, por la absoluta oposición de los sectores conservadores del viejo régimen, con Blas Piñar, Girón de Velasco y un sector relevante del generalato.

No obstante y venciendo montañas de dificultades de un lado y de otro, Adolfo Suarez, con mano izquierda, muchas dosis de diplomacia, más aún de arrojo y una disposición indómita a que España evolucionara hacia actitudes democráticas, se puso el mundo por montera y, a pesar del enorme desgaste personal, acometió con valentía medidas que posibilitaron la transición democrática que España necesitaba y, hoy, podemos decir, que gracias a muchos, pero a él en primer lugar, los españoles hemos vivido y disfrutado del período de paz más largo de nuestra historia.

¿Y saben cuál fue la prueba del algodón de que aquello iba en serio? Pues la que  surgió, un «Sábado de Gloria», tal día como hoy, pero del año 1977.

Y llegados aquí, permítanme, para darle la solemnidad que amerita el hecho, reproducir la noticia tal cómo se produjo y de manera periodística.

«Eran las seis de la tarde de aquel tranquilo sábado, cuando los teletipos de la agencia Europa Press y luego Radio Nacional de España, lanzaban a los aires una inesperada noticia:

¡Señoras y señores, hace unos momentos, fuentes autorizadas del Ministerio de la Gobernación han confirmado que el Partido Comunista de España ha quedado legalizado e inscrito en el registro de Partidos y Asociaciones, etc…»!

Pues así fue y así se lo cuento amigos, una bonita historia –difícil de encajar por algunos sectores recalcitrantes– pero que a la larga nos ha dado democracia, progreso y paz.

Un tiempo en que los españoles supimos olvidar, darnos la mano y avanzar.

Pero un tiempo pacífico que, lamentablemente, hoy está expirando a consecuencia de las políticas que Sánchez impone con su frentismo, murallas de lodo, guerracivilismo, cuelgamuros, reescribiendo la historia interesadamente y desempolvando  odios ya superados y hasta olvidados. En definitiva, unas malvadas políticas empeñadas en retrotraernos a tiempos aborrecidos y que tanto dolor trajeron a España y a los españoles.

Pues este era el cuento amigos. Un cuento con final feliz, pero que un malvado trata de revertir para afear la narración.

¿Creen que lo conseguirá?