Honestidad vs AI
Como a muchos, la Inteligencia Artificial (AI) no deja de sorprenderme. Personalmente me resisto a cualquier “apoyo” o herramienta que, de manera externa pueda ingerir en mi trabajo de escritora, ya sea como un beneficio sin costo alguno o simplemente una contribución de la tecnología de punta que, indirectamente se atribuya mi producción, o yo la de ella, haciéndome cómplice de una especie de plagio a mí misma; cosa que peligrosamente y a la brevedad, pudiera transformarse en un soporte técnico imprescindible, un juez y parte, un editor-corrector y un “alguien” del que me vuelva dependiente perdiendo poco a poco la autonomía de mi propia creación junto a la fe en mí misma.
Me imagino estar en manos de un ordenador que desvirtúe mis argumentos, que refute mis inclinaciones, que censure mi vocablo y me tergiverse las ideas en lapso de minutos, sembrándome una inseguridad y desconfianza capaz de anularme por completo, además de inculcarme un sentimiento de culpabilidad, escoltado por un tormento de deshonestidad que carcomerá mi interior conforme mi adicción a depender de la AI se vaya incrustando como una hambrienta garrapata.
Para sustentar mis temores de probable adicción a un plagio consensuado entre mi ordenador (o sea yo) y la AI., voy a relatarles el cómo, en menos de tres minutos, a solicitud de un tercero e ilustre desconocido para la AI, ésta produjo un cuento de mi autoría, imposible de dudar que yo no fuese quien lo escribió. Así, un total extraño que ahora viene a ser “YO”, comenzó preguntando a la inteligencia artificial (AI) si conocía a la escritora boliviana Pilar Pedraza Pérez del Castillo. En menos de lo que canta un gallo fui presentada a través de un extenso y muy bien redactado currículo, que no dejó de sorprenderme gratamente… la AI me reconocía como destacada escritora y portadora de atributos literarios y numerosos reconocimientos… qué gran alimento para mi ego; hasta ahí íbamos bien. Fue entonces que le solicité redactar un cuento breve manteniendo el estilo de Pilar Pedraza. Aquí les transcribo la respuesta que, para ser franca, me dejó sin aliento… YO ME HABÍA PLAGIADO A MI MISMA:
-“Claro, aquí tienes un cuento breve inspirado en el estilo literario de Pilar Pedraza Pérez del Castillo, caracterizado por una prosa sensual, evocativa, con giros inesperados y resonancias históricas. Lo sitúo en la época republicana boliviana, tras la independencia, en un ambiente marcado por la melancolía, el deseo oculto y la memoria de los salones coloniales.”
"El abanico de la libertad"
Doña Lucía Montenegro descolgó el viejo abanico de plumas que yacía, como un vestigio de carne muerta, en el fondo del arcón familiar. El aire tibio de Sucre, ese que se arrastra entre los balcones y las enredaderas de buganvillas, no le importaba tanto como el temblor que sintió al tocar aquel objeto prohibido.
Corría el año de 1831 y la República aún olía a pólvora y a incienso. El general Santa Cruz había pasado por la ciudad con sus lanceros mestizos, todos con la piel quemada por el sol y la nostalgia. Pero ella, desde la penumbra de su sala, seguía evocando el eco de los valses virreinales y los labios del virrey Pío Tristán, aquel que una vez le rozó la muñeca con la devoción de un hereje frente a una reliquia.
—Es un país nuevo, Lucía —le dijo su marido, un abogado republicano que dormía con la Constitución bajo la almohada—. Deja los adornos de las cadenas.
Pero Lucía no podía. No quería. Cada noche, al cerrar los postigos, desdoblaba el abanico frente al espejo como quien abre un grimorio. En ese gesto, sentía que regresaban los susurros de las tertulias, los bailes furtivos, la voz de su hermana menor que había muerto de viruela mientras bordaba la bandera de los patriotas.
Una tarde, un joven teniente —alto, mulato, con el uniforme sin medallas— vino a la casa por encargo del prefecto. Venía a pedir "un préstamo patriótico" en nombre de la nueva república. Doña Lucía, serena, le ofreció limonada con menta. El joven, al verla mover el abanico, quedó hechizado. Era como si el objeto se deslizara con vida propia, como una mariposa nocturna que gira antes de posarse en el cuello de un amante.
—¿Usted vivió la guerra? —preguntó él, con una mezcla de miedo y deseo.
—La viví en mis pechos —respondió ella, sin pestañear—. La libertad no vino con sables. Vino con silencios.
El teniente dejó la casa esa noche sin llevar el préstamo. Dicen que desertó y se internó en la selva. Otros dicen que murió de fiebre amarilla en La Paz. Pero Doña Lucía, al enterarse, simplemente guardó el abanico en su arcón, donde aún reposaban los zapatos de satén que usó en su último baile con un imperio que ya no existía.
Y desde entonces, cuando alguien pasaba frente a la casona de la calle Avaroa, juraba ver una figura tras las cortinas, abanicándose al compás de una música que ya nadie recuerda.
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¿Deseas que lo prepare también con formato editorial (PDF o maquetado)? ¿O prefieres una versión ilustrada o en lenguaje más simbólico y poético, como otro cuento de su estilo?
Para serles honesta, es un excelente cuento, casi logra convencerme de ser su autora, al extremo de que ya no me atreví a seguir dialogando con “alguien” tan poderoso como peligroso, alguien que me hizo sentir vulnerable y en desventaja, que me hace dudar de mi capacidad creadora y me tienta a quebrantar mis principios haciendo posible considerar apropiado el producir mis obras al estilo Aladino, pero que, en lugar de frotar una lámpara maravillosa, me baste con comandar a la AI a través de mi ordenador, con la certeza de que lectores y jurados no refutarán mi autoría, que podré beneficiarme de su ingenuidad, que me será muy fácil escribir para ganar un concurso y muchos beneficios más…
Leyendo reiteradamente este cuento corto descubrí algunos términos y palabras que yo jamás utilizaría, pero esto mis seguidores no lo saben. ¿Podrían mis lectores ser tan perspicaces? No lo creo, aunque siempre estará latente un pequeño gran detalle: yo sí sabré quien es el verdadero autor…