A Volapié

La guerra arancelaria

Lo primero que hay que destacar es que además de no proteger el empleo, los aranceles son regresivos porque castigan a los consumidores, especialmente a los de menor renta.

Se trata de un impuesto que soporta el importador, este a su vez lo traslada al mayorista, el cual lo repercute en el minorista, y finalmente es el bolsillo del consumidor el que lo paga. Los productos importados se encarecen, y lo mismo puede suceder con la producción nacional dado que esta suele aprovechar la coyuntura para incrementar sus precios. En 2018 se aplicaron aranceles a la importación de lavadoras a Norteamérica y el resultado fue un incremento del 12% del producto nacional. 

Esto es el fruto de distorsionar el funcionamiento del mercado con medidas intervencionistas que generan incentivos perversos. Los aranceles alteran los precios de forma arbitraria y, por lo tanto, la oferta y la demanda, dañando de esta manera la asignación eficiente de los recursos. 

Esta política protege a corto plazo los empleos y beneficios de algunas industrias poco competitivas e ineficientes que producen productos caros, y con frecuencia de peor calidad. El precio a pagar por esta protección es la pérdida de muchos más empleos en otras industrias debido al incremento del coste de los bienes intermedios que consumen. Se estima que durante el primer mandato de Trump los aranceles sobre el acero y el aluminio importados ayudaron a crear unos 5.000 empleos, sin embargo, se perdieron unos 50.000 en las industrias que son consumidoras de dichos insumos.

Por lo tanto, en agregado, este impuesto destruye empleo y encarece el coste de la vida. También empobrece al país exportador que se pretende castigar, sin contar que este siempre responde con la misma moneda. El resultado de este proceso es que todos pierden. 

La especialización del trabajo y el comercio están íntimamente unidos y son uno de los principales vectores de crecimiento de la economía mundial. Lo más beneficioso para todos es que cada país dedique sus recursos a aquello que hace mejor y más eficientemente que los demás de manera que exportará aquello en lo que es competitivo e importará aquello en que no lo es. Así se asignan eficientemente los recursos y se maximiza la productividad y la renta de todos los países que comercian. El comercio mundial no es un juego de suma cero, ambas partes ganan, siempre, o de lo contrario la transacción no tendría lugar. 

La depresión mundial de los años 30 se agravó y alargó mucho en el tiempo debido a la necia guerra arancelaria de Hoover. Por su culpa el desempleo aumentó muy por encima del 10% durante muchos años. Ahora Trump está repitiendo el mismo error, aunque tiene motivos sobrados para quejarse. Algunos analistas dicen que va de farol, que sólo trata de meter miedo para negociar. Ojalá sea así, aunque tengo dudas al respecto.

Dicho esto, desde hace dos décadas China comercia de forma desleal aplicando aranceles, prohibiciones, ayudas de estado ilegales, regulaciones restrictivas, etc... La UE también actúa de esta manera, especialmente con abusivas barreras regulatorias y burocráticas. No obstante, la guerra arancelaria no es la solución porque no se puede ganar. Una potencia como los EE.UU tiene otros medios para presionar, y en todo caso, debería usar métodos que no sean dañinos para su propia economía. 

Como dice Rallo, esta idea de Trump de volver a industrializar a los EE.UU es escasamente viable puesto que la economía se encuentra en pleno empleo. Ni siquiera aumentando notablemente la tasa de actividad habría trabajadores suficientes para cubrir los millones de puestos de trabajo que se pretenden crear en la industria. Por lo tanto, sería necesario desplazar a una gran cantidad desde otros sectores, lo que no está exento de riesgos. Reducir el peso de los servicios podría resentir la productividad agregada, y recortar el sector primario probablemente minoraría las exportaciones, además de dejar al país en una situación de dependencia estratégica en materia de alimentación. La única forma de cubrir la mayor parte de estos hipotéticos nuevos empleos industriales es con inmigrantes, cosa difícil si se expulsa a un gran número.

La guerra comercial de Trump es un error, pero también lo son la multitud de barreras arancelarias y no arancelarias que existen entre los países de la UE. Y lo mismo puede decirse de la fragmentación del mercado interno español debido a los excesos regulatorios de las diferentes comunidades autónomas. Se estima que todas estas barreras reducen el PIB español en un 6% al año. No sólo hemos de criticar a Trump, también hay que censurar seriamente a los políticos y burócratas de Bruselas, del gobierno de España, y de las comunidades autónomas por impedir el libre comercio, lo que perjudica a la mayoría de consumidores y trabajadores.

Es lícito y justo que el gobierno Norteamericano desee un trato comercial equitativo hacia su país. No obstante, no me parece que la estrategia que Trump está siguiendo sea beneficiosa para ninguna de las partes, salvo que dé como resultado el reforzamiento del libre comercio. Ojalá me equivoque, pero tengo muchas dudas a este respecto dada la soberbia, egoísmo e ineficacia de nuestras élites políticas y burocráticas.