Fabricando el mundo

El futuro no se espera, se fabrica

Hay una pregunta que se repite cada vez que alguien propone invertir en herramientas del futuro:
— ¿Y esto para qué sirve?

Es la misma pregunta que se hacían muchos ciudadanos cuando vieron despegar los primeros cohetes de la carrera espacial. ¿Para qué gastar millones en enviar humanos a la Luna, cuando aquí en la Tierra había pobreza, desigualdad y crisis energética? Aquella inversión, aparentemente desconectada de la realidad, acabó generando miles de innovaciones tecnológicas, desde satélites a microondas, pasando por tejidos inteligentes o sistemas de posicionamiento que hoy usamos a diario sin preguntarnos su origen.

La historia se repite. Hoy, ante la necesidad urgente de activar la economía, crear empleo o fomentar el emprendimiento, volvemos a mirar con desconfianza cualquier iniciativa que no dé resultados inmediatos. Y sin embargo, hay algo que deberíamos tener claro: el futuro no se fabrica solo.

En lugar de apostar por la creación de espacios ciudadanos de fabricación digital —Fab Labs, makerspaces, centros tecnológicos abiertos— muchas administraciones siguen viendo estas inversiones como caprichos para frikis. No entienden por qué hay que gastar dinero en impresoras 3D, fresadoras CNC o cortadoras láser si lo que hace falta es empleo y desarrollo económico.

Pero se equivocan en el diagnóstico. Precisamente porque hacen falta empleos cualificados, innovación distribuida y autonomía tecnológica, es por lo que hay que invertir en estas herramientas. No porque hoy lo demande el mercado, sino porque mañana será imprescindible.

Lo estamos viendo con la inteligencia artificial. La apuesta por entrenar modelos de lenguaje, como los que hoy utilizamos en el día a día, parecía en su momento algo lejano, incluso innecesario. Y sin embargo, ha generado una nueva revolución industrial. Lo mismo con los microchips: Europa, después de años de dependencia, empieza a comprender que no puede quedarse sin soberanía tecnológica en un mundo cada vez más inestable. Y para eso hay que fabricar. Pero fabricar bien. Y fabricar cerca.

El problema es que no tenemos un plan para formar a la ciudadanía en el arte de hacer. No tenemos espacios públicos para aprender a fabricar objetos. No enseñamos a nuestros jóvenes que con las herramientas adecuadas pueden crear, prototipar, reparar, innovar. No invertimos en la infraestructura que permitirá que los emprendedores del futuro construyan desde abajo, sin tener que depender de fábricas remotas o licencias opacas.

Invertir en fabricación digital no es una moda. Es una apuesta estratégica. Igual que se invirtió en carreteras, electricidad o alfabetización, hoy hay que invertir en la infraestructura de hacer. No solo para tener industria. Sino para tener capacidad de respuesta, independencia tecnológica, creatividad aplicada.

Porque el futuro será de quienes lo fabriquen.
Y si no damos acceso a las herramientas, lo estaremos dejando en manos de otros.