Francisco: Austeridad, controversia y el nuevo conclave
Han habido líderes mundiales como Mujica, Bukele y Francisco que han generado debate, pero ninguno, creo, ha trascendido tanto como el Papa Francisco. Su elección en 2013 fue un parteaguas: “el primer pontífice latinoamericano”, y dio muestras claras de que su pontificado no sería uno más. Con una marcada orientación pastoral, una fuerte inclinación por la justicia social y un sello de austeridad personal, ha intentado acercar a una Iglesia distante hacia las periferias humanas y existenciales del mundo. Como buen líder transformador, su legado también está rodeado de sombras, preguntas incómodas y momentos que invitan al análisis crítico.
Uno de los episodios más controversiales que ha resurgido recientemente viene de una inesperada fuente: una serie de televisión basada en la vida del hijo de Pablo Escobar. En ella, se representa un episodio en el que, presuntamente, él firmó un permiso para que se realizara una misa en los jardines de la hacienda del narcotraficante colombiano. Aunque no hay pruebas concluyentes que confirmen este acto como corrupción directa, sí pone en la mesa una discusión ética compleja: ¿De qué privilegios gozan esas personas por encima de la mayoría de los feligreses? ¿Dónde se traza la línea entre la misericordia pastoral y la legitimación del poder ilícito?
Más allá de estos cuestionamientos, el pontificado de Francisco ha roto moldes internos que parecían inamovibles. Una de sus decisiones más debatidas ha sido permitir que personas divorciadas y vueltas a casar puedan, bajo ciertas condiciones, volver a comulgar.
Otra gran reestructura que intentó llevar a cabo es el caso de los católicos maronitas, una rama oriental de la Iglesia que, pese a sus diferencias litúrgicas y culturales, cuenta con el aval del Vaticano. En su disciplina, los sacerdotes pueden casarse, lo que muestra que la diversidad dentro de la unidad no es algo nuevo para Roma. Francisco ha usado estos ejemplos para mostrar que la rigidez no siempre es sinónimo de fidelidad al Evangelio, y que la misericordia puede ser un criterio válido de discernimiento.
Quizá el aspecto que mejor sintetiza la vida del Papa Francisco sea su coherencia personal. Murió –según informes aún no oficiales– con menos de 100 dólares a su nombre. Rechazó el palacio apostólico para vivir en la Casa Santa Marta. Rechazó automóviles de lujo (la mayoría de ellos los firmó para luego donarlos). Su testimonio de vida ha sido su mejor predicación. En una época en la que el poder tiende al espectáculo, él eligió la simplicidad. En un sistema eclesial acostumbrado a los símbolos de dominio, él apostó por la cercanía.
No hay pontífice sin contradicciones. Pero si algo puede decirse de Francisco, es que ha encarnado su nombre. Como el pobre de Asís, prefirió la desnudez del poder, el abrazo del marginado y la reforma desde el amor. Y si, como dijo Aristóteles, “la virtud está en el término medio”, quizás su legado radique en habernos recordado que ni la rigidez ni la permisividad salvan, sino la mirada compasiva y justa.
Entre los más mencionados están el cardenal Matteo Zuppi, arzobispo conocido por su cercanía con el Papa Francisco y su enfoque pastoral incluyente; el cardenal Luis Antonio Tagle, de imagen carismática, ambos con más de 60 años; el cardenal Péter Erdő, de Hungría, con una postura más conservadora y una sólida formación teológica, siendo uno de los candidatos de mayor edad. También se menciona al cardenal Jean-Claude Hollerich, de Luxemburgo, jesuita como Francisco, comprometido con reformas eclesiales y temas sociales.