Forjadores sociales
La verdadera misión de los padres está en preparar a su prole para la vida, especialmente ante su ausencia, labor que emprenden con autoridad amorosa durante los primeros años en el nido hogareño, y que luego para ayudar a crecer, complementan con la instrucción de los maestros, que serán eje fundamental de la conjunción integral para lograr mejores seres.
Como enseña Fernando Savater, el humano pasa dos gestaciones: en el útero materno según determinismos biológicos, y en la matriz social con la ilustración que escudriña aptitudes, fortalece talentos, desarrolla la investigación, fomenta criterio, creación artística, y en todos esos escenarios es imprescindible el papel de los maestros.
La desaparición de toda forma de autoridad en la familia no predispone a la libertad responsable sino a una forma de caprichosa inseguridad que con los años se refugia en expresiones colectivas de autoritarismo. Por eso, los maestros son protagonistas de la regeneración social, tarea que deben desarrollar con mayor ahínco cuando se presenta una deficiente educación hogareña, mientras que la sociedad les exige pero está desorientada, y en tantas de sus manifestaciones pareciera ser un fracaso.
El maestro es tan importante que sus propias carencias reducen las posibilidades de desarrollo intelectual de sus alumnos, ya que además de crear la verdadera voz en sus receptores, fomentan en estos la capacidad participativa en controversias argumentales, la acumulación de saberes, en cuanto aprender a discutir, refutar y justificar lo que se piensa es parte irrenunciable del humanismo.
Como el destino de cada humano no es la cultura, ni la sociedad como institución, sino sus semejantes, entonces, la lección fundamental de la educación corrobora este punto básico y deben partir de allí para transmitir los saberes relevantes, con mayor razón cuando el aprendizaje a través de la comunicación con los congéneres y la transmisión de pautas, técnicas, valores y recuerdos es un proceso necesario para llegar a adquirir plena estatura humana.
La escolaridad no puede convertir la enseñanza en una simple memorización de datos, y aunque la instrucción puede igualmente plantear teorías científicas, explorar destrezas técnicas, en un plano integral la educación no puede ser ajena a la formación del alma y el cultivo de los valores que crean la identidad colectiva, ya que la verdadera educación consiste en enseñar a aprender y pensar, pero también en aprender a pensar sobre lo que se piensa.
Tampoco se puede dejar de lado la ética, que no puede enseñarse como una temática sino mediante el ejemplo para el ejercicio de la vida, para entender que la diferencia entre el malvado y el justo es que el primero lleva a cabo las fechorías que el otro sólo sueña y descarta.
Respetar las ideas ajenas, pensar por sí mismo, someter a una confrontación racional lo que se piensa, tener fundamentos al expresar la opinión, mantener la propia creencia sin que nadie refute con pobres objeciones, solo se logra gracias a los maestros, esos valiosos forjadores sociales que dan las herramientas necesarias del éxito.