Fortuna Imperatrix

Feliz Navidad, por supuesto

Desde que la Virgen María diera a luz a Jesús en aquel establo de Belén, al amparo de las inclemencias de la noche, acompañada de José, un asno y un buey, nos hemos venido empeñando los bimanos, más que nunca, en la búsqueda del calor de nuestros semejantes cual ardillas que fuesen saltando de corazón en corazón. En ese punto de inflexión de los Tiempos nació la Navidad, con su espíritu de solidaridad como divisa ondeando al viento de la Historia.

Y así, antes de que Dickens nos conmoviera en su famoso cuento con los niños maltratados de la Inglaterra victoriana, enfatizando los valores de la caridad y la familia; o de que la pequeña cerillera agotara, en el de Andersen, para protegerse del frío invernal, los pocos fósforos que vendía, se ha celebrado tan magno acontecimiento siempre que se ha salvado del desamparo, cuando no del escarnio, a una Virgen, con su advocación particular, en memoria de la primigenia y única.

En Madrid se recuperó, según la leyenda, en el muro de la almudayna o ciudadela de la ciudad, en su conquista a los agarenos, una que llevaba allí siglos escondida y que se llamaría a partir de entonces de la Almudena; por su parte, la Virgen Negra de Atocha sería rescatada de un espartizal por Gracián Ramírez en su lucha contra los muslimes. Y Bernardino de Obregón, fundador de la Congregación a la que dio nombre, vio una noche en el balcón de un prostíbulo, mientras pedía limosna, una imagen sin brazos y vestida como una muñeca, con alguien detrás que tocaba impúdicamente el violín. Él, que había trocado su condición de caballero por la del más humilde servidor de los pobres y enfermos a raíz de su arrepentimiento por haber abofeteado a un barrendero que le había manchado el vestido, y que recorría ahora las calles de la Villa en favor de los menesterosos, la recobró para el culto al denunciar a las autoridades el sacrilegio. Una vez desagraviada, se convertiría en Nuestra Señora de Madrid. Y fallecido ya Bernardino, dos de sus obregones, camino de Roma, hallaron otra abandonada en una cueva, al buscar refugio en ella ante la proximidad de una tormenta. Se conocería en adelante como la Virgen del Buen Suceso.

Recordemos también a la que unos muchachos descubrieron pintada en un cuadro arrumbado en el corral de una calle que decían de la Paloma, porque una paloma había acompañado en procesión, en una ocasión, a esa Virgen, que entonces era de la Soledad, pero que desde la restauración del lienzo pasó a ser de la Paloma.

Sigamos manteniendo, en fin, nuestra confianza en las buenas intenciones de la Navidad, no obstante su desigual fortuna, y resistámonos a la atracción fatal de reinventar su sempiterna Idea. En la Noche de Paz más universal sobran las banderas. Hasta el ateo más recalcitrante podría sentirse ofendido.

¡Feliz Navidad!