Fortuna Imperatrix

¡Espera, no me digas nada, a ver si adivino lo que es arte!

Con esta frase encabezó una vez el humorista gráfico El Roto, por las fechas de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid (ARCO), una de sus viñetas. Un arco este que se dispara todos los años y con él los precios. Es frecuente en esos días de apertura al público escuchar, si se orientan bien las orejas, que “las obras de arte que allí se exhiben son una mamarrachada”, que “si eso es arte entonces el trastero de mi casa es un museo”, o que “eso lo hace mi niño de tres años mucho mejor”. Y por supuesto la frase que lo niega todo: “Eso ni es arte ni es nada”. No obstante estas descalificaciones, la afluencia de público es enorme en cada edición.

He recordado lo del trastero porque una vez me encontré en un stand una carretilla cargada de materiales de desecho que pensé que alguien había dejado olvidada allí, pero resultó que costaba 30.000 €.  Pegué un respingo. Claro que enseguida hube de pegar otro similar cuando vi sobre un plinto una “torre de sombreros”, cinco en total, una obra de Hans-Peter Feldmann que se vendía al módico precio de 34.500 €. ¡Caray!, llegué a exclamar. En la misma galería se mostraban también dos barriles oxidados y agujereados, de Ella Littwitz, en oferta al dos por uno de 12.000 €. ¡El tiempo, gran escultor!, que diría Marguerite Yourcenar. En un stand cercano descubrí luego, aún no repuesto del susto, unos cuellos grandes de camisa, en plan Charlie Rivel, a 15.000 € la unidad, y casi al lado una silla volcada sobre un pedestal, como las que apilan por las noches al recoger en los bares, por otros 15.000 del ala. Pero para gracia espantosa (no sé por qué la gracia es espantosa, pero es así), las frutas y hortalizas que, colgadas de un clavo, se iban deteriorando poco a poco. La propuesta era llevarse el clavo a cambio de varios miles de euros (menuda clavada), y tirar la fruta inservible.

El catálogo de los asombros sería interminable. Allí hemos visto a “Picasso muerto”, de Eugenio Merino; un tiburón en formol de Damien Hirst; un cinturón en plan cinta de Moebius y un vaso de agua, de Wilfredo Prieto, todo ello a precios desorbitados. Esto al escritor Luis Racionero no le gustaba nada, decía que era el “arte de la estafa” y una memez, y que el verdadero arte había terminado en 1910. Don Thompson, por su parte, defendía que solo debe considerarse arte contemporáneo al creado después de 1970.

Confortado por tan reputadas opiniones, decidí no emocionarme en exceso en adelante con las obras o lo que fueran que desfilaran frente a mis ojos, y en el último ARCO que visité busqué algo realmente bueno. Y lo hallé, ¡eureka!, en un Miró titulado “Femme et oiseau” de dos millones de euros que acababa de venderse.

¡Lástima!