Fortuna Imperatrix

Escritores visionarios

Quizá el escritor más visionario haya sido Julio Verne, al menos el más famoso. Las predicciones de su De la Tierra a la Luna o de sus Veinte mil leguas de viaje submarino, por citar solo algunas, asombraron a su época. Él imaginó antes que nadie la posibilidad de desplazarse en cohete o en sumergible. Por ello, cuando Isaac Peral inventó el submarino propulsado y solicitó ayuda del Gobierno para desarrollarlo, el presidente de turno exclamó: “¡Otro majadero que se ha tragado las historias de Julio Verne!”. Al final, fueron extranjeros los países que invirtieron en el proyecto y lo sacaron adelante, beneficiándose del genio de nuestro compatriota, de modo que aquí paz y después gloria. Claro que fue poca la paz que trajo la invención, mejor dicho, la falta de su puesta en práctica, eso lo supieron bien los soldados españoles de la guerra de Cuba, que carecieron de esta novedosa arma. Por lo que respecta a la gloria, de ella no suelen salir ya más que migajas por mucho que se la exprima, aunque estas también son pan, no vamos a discutirlo.

Pero el escritor más popular en la actualidad como anticipador del futuro, sin duda, es George Orwell. Su 1984 nos familiarizó con el control del Gran Hermano, con las cámaras de vigilancia hasta en la sopa. Hace años se pensaba que todo esto era una exageración y que, en el peor de los casos, sus elucubraciones tardarían en hacerse realidad. Hemos comprobado que no, que el ojo que todo lo ve se ha metido hasta en los agujeros más recónditos y que ya es tarde para ponerle parches. Hay que precisar, sin embargo, que la idea es anterior a Orwell, pues el soviético Zamiatin, en su novela Nosotros, ya había mostrado su inquietud por los mismos asuntos.

Por lo que respecta al libro Sueñan los androides con ovejas eléctricas, de Philip K. Dicks, debe decirse que fue el inspirador de la película Blade Runner, de 1983. En aquel momento desconocíamos si tendrían recorrido las historias que contaba; ahora, en cambio, es común referirse a los replicantes, lágrimas en la lluvia incluidas, como a la cosa más natural del mundo, y al reconocimiento por el iris del ojo, propuesto allí, como el mejor método para evitar la suplantación de identidad. Por supuesto que ya entonces estábamos acostumbrados a los robots y a las videoconferencias a distancias siderales, ahí está 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, para atestiguarlo.

Pero de entre todos los autores que se adelantaron a su tiempo, Ray Bradbury, que profetizó el teléfono móvil, merecería un especial reconocimiento. El vaticinio aparece en uno de los cuentos de su colección Las doradas manzanas del sol. Un personaje se desplaza en autobús y durante todo el trayecto le va indicando por medio de un artilugio manual a su esposa, que se encuentra en el domicilio, los lugares por los que va pasando. ¿No es entrañable?