Escribir entre pucheros
«No rechaces tus sueños. Sin la ilusión, ¿el mundo qué sería?».
Ramón de Campoamor (1817-1901) Poeta español
María se quedó allí plácidamente sentada, reflexionando sobre todo lo que le rodeaba; en su dedo, un dedal, en su mente, una historia escrita entre pucheros.
Sentía una gran opresión en su pecho, pero ni siquiera le estaba permitido llorar.
— Escribir o coser. Se preguntaba.
— ¡Ay, mujer! -le decía su marido-, eso es inútil, ¿no lo ves? Tienes una casa y unos hijos. ¿Qué más quieres? ¿Pero, qué es lo que quieres aprender? ¡Si no te falta de nada! ¿De qué te sirve escribir? ¡Anda, déjate de tonterías y prepárame un café!
Y así, María aquel día recordaba una vida llena de poesías enterradas, de historias ocultas, de grandes silencios de palabras no dichas, no escritas y casi olvidadas.
Todo estaba en su mente, escritos que llevaba impresos en cada pliegue de su piel inventados en los escasos minutos de descanso que tenía, mientras le preparaba a su marido aquel insistente y requerido café.
María se levantó de la vieja silla, cómplice de una perdida ilusión, y a duras penas casi impedida, cogió un lápiz y con mano firme escribió: «Escribir es mi pasión».
Y ahora, mientras escribo este relato, puedo sentir sus quejas, las de María, mujer sencilla, mujer de a pie o las de una destacada escritora, Kathleen Beauchamp, modernista de origen neozelandés reprochándole a su marido: «Estoy escribiendo, pero tú gritas: “Son las cinco, ¿dónde está mi té.” O el dulce lamento de una cubana del siglo pasado que no firmó sus obras simplemente por el hecho de ser mujer.
Las mujeres, las grandes olvidadas de la Historia, las que hemos estado durante siglos relegadas a un segundo o tercer plano dentro de la sociedad, a las que nos han vetado desarrollar nuestros intereses y capacidades durante siglos, vemos por fin cómo la sombra de esa mano amenazante se va abriendo hacia una mayor claridad. Pero no nos engañemos, ya que el reflejo de esa oscuridad permanece aún en muchos países y en muchas mentes. Gobiernos dirigidos por hombres cuyas normas dictatoriales hacen que la mujer permanezca aún en la lobreguez, como las últimas votaciones aprobadas en el parlamento iraquí.
Mujeres del mundo como Marie Curie, Elinor Ostrom, Rigoberta Menchú, Barbara McClintock, Simone de Beauvoir, Frida Kahlo, Rosa Parks o Clara Campoamor, son un pequeño ejemplo del nuevo camino que nos han ido abriendo.
Cualquier país o sociedad en los que la mujer no goce del debido respeto, igualdad de derechos, seguridad y libertad, será reconocido como un país dictatorial con una sociedad poco emancipada. Sigamos adelante, mujeres del mundo, haciéndonos reconocer hasta en el más recóndito rincón de este bello planeta.