Las erratas
Cada vez que envío un artículo, al verlo publicado encuentro alguna errata lo cual me lleva a molestar al editor de nuestro Diario, una y otra vez, para que las corrija. Debería ser más cuidadoso pero pienso que quizás las erratas son inevitables. Intentaré explicar por qué.
Leyendo un libro de un autor consagrado publicado en la mejor editorial, vemos aparecer una monstruosa errata a pesar de que el texto ha pasado por el escritor, su editor/corrector y la labor de la propia editorial. En las redacciones de los periódicos, antiguamente, se echaba la bronca a los cajistas por las erratas, pero ellos se defendían aduciendo la existencia de un ‘duende de imprenta’. El avance de la ciencia nos ha hecho saber que tal duende existe, pero que anida en nuestro cerebro y se expresa a través de dos mecanismos: el llamado sistema de ‘pensamiento rápido’ y el procesamiento de imágenes y sonidos.
La evolución nos ha llevado a poseer un sistema de respuesta rápida que nos defienda del peligro, del ataque de un animal o del atropello de un coche, es una reacción instantánea, automática. El problema surge cuando utilizamos este sistema para circunstancias en las que no es adecuado, dando una respuesta rápida a algo que debería haberse pensado antes. Ello nos lleva a leer textos de esta forma, por ejemplo si provienen de un WhatsApp, contestando de tal forma que luego nos arrepentimos. Esta natural impulsividad nos lleva a escribir la palabra incorrecta o mal deletreada; si no lo cree, revise sus propios mensajes. Afortunadamente poseemos un sistema de procesamiento más lento que nos permitiría corregir estos errores, sin embargo con frecuencia falla, a continuación veremos por qué.
El cerebro, para evitar la saturación de información visual o auditiva, procesa sólo parte de ella y la complementa con la que tiene almacenada. En un experimento muy sencillo, se facilita un texto al que falten algunas letras y el lector es capaz de leerlo de corrido, rellenando lo que falta con la información almacenada. De la misma forma un texto con algunas erratas se lee como si estuviera correctamente escrito y solo una lectura muy detenida permite descubrirlas. Por si fuera poco, la información almacenada está llena de sesgos provenientes de nuestra experiencia, lo que lleva a creer haber leído cosas que nunca estuvieron escritas, generando conflictos y errores en el día a día. Por otro lado, las erratas persisten incluso en presencia de los correctores de texto que con frecuencia son responsables de muchas de ellas, siendo por lo menos útiles para acharcarles nuestros propios errores.
En resumen, aunque cueste reconocerlo, cometemos más errores que aciertos y sólo reconociendo esta falibilidad podemos mejorar nuestro desempeño.