El escribidor
Generalmente el escribidor deja conocer los rasgos de letras cuando se atreve e intenta comunicar sus ideas. Pero únicamente a través de la consagración logra renglones pulidos, donde deja de rasgar pensamientos y arañar palabras, para llegar a la verdadera escritura con talento creativo.
En su desarrollo resulta fundamental escribir, borrar, pensar y reescribir, tanto como agudizar el sentido crítico a través de la lectura, analizar e investigar, para conseguir en su arte la sencillez propia de quienes no hace falta ni sobra un solo vocablo, como Voltaire o la Marquesa de Sevigné.
Un oficio solitario de seres sensibles que se aventuran en la invención y buscan lectores para la semblanza de su verbo. Un ejercicio de exigente claridad, capacidad para bordar pensamientos, utilización de palabras exactas ante las ausencias que esconden los sentimientos, en historias y escenarios concebidos a su arbitrio, para atrapar ojos anónimos en esos garabatos que íntimamente considera los mejores.
Para ascender, se necesita de optimismo como un antídoto a la desconfianza, ser autocrítico, tener apertura mental a los conceptos que tantas veces desechan los escritos en medio del ánimo resquebrajado del autor.
Como idealistas, siempre defienden causas insospechadas, observan situaciones desde ángulos diferentes al común de las gentes, y exponen sus silencios guardados que pulen en el fascinante mundo de las palabras.
Una práctica rigurosa con su morral de letras cargadas de voz, poesía, comunicación, con frases que naufragan entre renglones turbulentos de la inventiva y subsisten cuando aparece una expresión que las salva. Y pueden convertirse en un arma peligrosa, cuando desata las luces del infierno que recuerdan la relación de los volcanes en actividad en el hombre primitivo. Letras que reflejan introspección humana, cuando el amor y despecho pelean con la melancolía y alcanzan la luz del alma.
Y mientras que se impone tristemente la pornografía verbal, sobre la belleza de las palabras que hacen florecer nuestro idioma, se espera que la cordura arrase los rayos que avivan los espíritus de odio y desesperanza.
Conforme a la riqueza del vocabulario, cuando se lee o escucha un lenguaje elocuente, resulta como una cascada de pensamientos donde fluye la inteligencia, porque el don de la palabra permite su deleite, y entretenida como es ella, enreda fantasías maravillosas en la imaginación que se desborda.
Siempre dispuestos a enfrentar la página en blanco, encuentran el éxito en el sabor de lo que hacen, si consiguen ser guía y referente, son precisos en lo que señalan, desarrollan lo que se proponen y quieren, porque en caso contrario, las palabras se acomodan a la versión del intérprete y terminan por marchitar la idea del creador de historias, del forjador de mundos que nacieron en la mente de quien busca la conquista de peldaños que el tiempo medirá como victoria o fracaso.
Que vivan las mentes creativas que convierten los pensamientos en palabras que brillan, en su melodía que viaja en el aire, con aciertos y triunfos entre escalas de esperanzas.