El Escorial
Allá por los tempranos setenta, estuve interno en el Monasterio bajo la regla de los padres Agustinos que intentaron enderezar el fuste torcido de mi madera. Tuve entonces ocasión de pasear por ‘el jardín de los frailes’, como Azaña, lo que me dejó una impronta indeleble. He vuelto con la intención de conocer el restaurante ‘Montia’, con su estrella Michelin, y me he encontrado un Escorial diferente, casi convertido en ciudad-dormitorio, con una gran proliferación de urbanizaciones. No ha sido fácil aparcar, he tenido que hacerlo casi en el puerto de El León, pero ha merecido la pena.
Uno se pregunta quién viene a comer aquí entre semana, hoy solo estábamos una pareja de rusos y nosotros, porque lo que se ofrece aquí es para espíritus muy especiales, un menú basado en las hierbas que ellos mismos cultivan y otras silvestres de los alrededores. Éstas las combinan con delicados manjares componiendo un sutil melodía, unas ‘Gymnopédies gastronómicas’. Sin embargo, mi mayor sorpresa ha sido el sommelier lombardo que allí oficia, quizás el mejor que he conocido, ofreciendo una selección de vinos ‘naturales’ no aptos para el gran público. Catamos hasta ocho creaciones diferentes entre las que no faltaron vinos ‘naranjas’ y ‘de pasto’.
Hay que congratularse porque el viejo Escorial de Felipe II, a pesar de la desasosegante popularización, haya sabido incorporar nuevas ofertas culturales como Montia a sus legendarios atractivos, hoy exacerbados por unos embalses rebosantes y una nívea sierra de Guadarrama.