¡El ejemplo de Venezuela!
Era el año 2005 cuando por primera vez escuché en Caracas que allí no iba a pasar lo de Cuba.
Fue un tiempo antes, en el año 1999, cuando un teniente coronel, Hugo Rafael Chávez Frías, que en 1992 había encabezado un fallido golpe de Estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, accedió a la presidencia de la República. Y lo hizo ganando las elecciones con un discurso populista y usando por bandera la lucha contra la corrupción y acabar con la pobreza y desigualdad social.
Ese bendito país, prácticamente asentado sobre una inmensa bolsa de gas y petróleo —las mayores reservas del mundo catalogadas por la OPEP—, se había convertido en los años previos a la llegada de Chávez en una economía boyante —en 1950 era nada menos que el cuarto país más rico del planeta en cuanto al PIB—, fruto de una inmensa capacidad extractiva. Además tenía un clima tan proverbial que hasta le permitía dos y tres cosechas al año, unos ríos —especialmente el Orinoco— que irrigan inmensas extensiones en una superficie que viene a ser el doble de España pero con la mitad de habitantes y, a mayores, bendecido por enormes yacimientos de oro, diamantes y otros minerales. Solo el Estado Bolívar está considerado como la concentración más rica de mineral de hierro en la superficie de la tierra, pero también de bauxita, coltán, plata, rodio, etcétera.
Entonces, si hay petróleo y gas como en ningún otro lugar, un clima generosísimo y los diamantes, la plata y oro se encuentran casi a la vista, ¿qué les ha pasado para verse así?
Pues muy sencillo: que en el corazón del Estado se instaló un virus maligno que resulta muy difícil erradicar una vez llega. Se llama «corrupción». Precisamente aquello que se iba a combatir.
Lo primero que hizo Chávez —«mi comandante» le decían— fue nacionalizar la principal empresa del país y mayor fuente de ingresos, PDVSA, echar a veinte mil técnicos y trabajadores y sustituirlos por adeptos y fieles a su ideología. Ahí comenzó el deterioro, ineficiencia, malas praxis y casi hundimiento de la empresa. Al punto que, de producir más de millón y medio de barriles diarios, hoy escasamente se llega a quinientos mil. Con todo, y a pesar de esa enorme bajada de la producción, tuvieron los precios de cara y de once dólares que se pagaba el barril en 1999 se pasó a más de cien de promedio entre el 2011 y 2014. En cifras absolutas, es concluyente y clarificador el dato de que, mientras en los gobiernos anteriores a Chávez la exportación de petróleo reportaba quince mil millones anuales a las arcas estatales, con el militar golpista de Barinas en el poder y a pesar de tan menguada producción, el promedio de ingresos casi llegaba a los 60 mil millones año. ¿Y entonces…?
Lo dicho, amigos: la corrupción. Una corrupción que llegó allí y a otros lugares, España incluida, siempre de mano de políticos oportunistas y mentirosos.
Y está en las hemerotecas cuando aquel joven militar, ya elegido presidente, concedía entrevistas y renegaba del comunismo, pero… mentía. Porque de inmediato comenzó una oleada de nacionalizaciones sobre la industria petroquímica y siderúrgica, la electricidad, la telefonía y parte de la banca. El campo fue socializado mediante la Ley de Tierras. Por cierto, se nombró Director General de Tierras (INTI), a un etarra refugiado en Venezuela, Arturo Cubillas —fue miembro del comando Oker—, con despacho en Miraflores, casi al lado de otro asignado a un «desconocido» entonces asesor español, un tal Monedero, que, cual intrigante Rasputín, gozó de gran predicamento ante el bocón de Barinas. Y ahí comenzaron las invasiones de hatos y tierras —la mayor parte de ellas, de propietarios españoles allí afincados desde hacía décadas— y la implementación de programas populistas con generosos subsidios en efectivo que llegaban a los bolsillos de los venezolanos sin tener que trabajar. Y el «gran timonel» del bautizado como «socialismo del siglo XXI» y ya entonces primera estrella televisiva, promulgó la llamada Ley Habilitante, que le permitía gobernar por decreto sin tener que pasar por el parlamento. Y muchos aplaudían. ¿Les recuerda algo?
Pero mi comandante ya enseñaba la patita y algunos, a los que desde el programa televisivo Aló Presidente calificaba de vendepatrias, escuálidos y burgueses enemigos del pueblo, comenzaron a alertar de que aquello estaba tomando una deriva «comunistoide» con ribetes muy similares a lo que había acontecido en Cuba. Y los venezolanos, gente tranquila, de orden y paz, respondían «¡no, hombre, eso aquí no puede pasar!».
Hace unos días leí la noticia de que una dirigente de Bildu condenada por apoyo y enaltecimiento del terrorismo se atrevía —en sede parlamentaria, para más inri— a amenazar a los dos partidos de la oposición, en un alarde de chulería y provocación insoportable, con promover la ilegalización de ambas organizaciones en base a actitudes que, supuestamente y para ella, «vulnerarían derechos fundamentales de los ciudadanos y, entre otros, el respeto a la vida de las personas».
¡Como lo oyen! ¡Y tiene la desfachatez de decirlo la misma persona que fue condenada por enaltecimiento del terrorismo más criminal y asesino que hemos sufrido en España, cuando dirigía el llamado «Comando Papel», desde el periódico Egin —que, por si no lo sabían, significa «hazlo»—!
Me tuve que frotar los ojos para constatar que no estaba soñando ni se trataba de una pesadilla. Y me vinieron entonces a la cabeza, como en un maléfico «dèjá-vu», las imágenes de Castro, Maduro y Putin.
Por el camino que vamos y conociendo las tácticas y estrategias del comunismo, me pregunto e invito a la reflexión: y en España, ¿puede pasar?