Las Divas del teatro
Los estrenos de María Guerrero y su esposo Fernando Díaz de Mendoza siempre suponían una gran gala y el llamado “a beneficio” semejaba una boda con exhibición de trousseau. En esta ocasión llegan los reyes honrando la función con su presencia, Como dama de guardia acompañaba a la reina Victoria Eugenia la duquesa viuda de Sotomayor.
Se estrenaba una nueva obra de Jacinto Benavente. Días antes se habían agotado las entradas y los invitados eran de alta alcurnia, encabezados por el conde de Romanones y una larga lista de opulentos.
El escenario parecía un jardín repleto de cestos con flores. Al camerino, llamado Saloncillo, los ilustres invitados iban a saludar a María Guerrero en cada entreacto, entre ellos el rey. En otro entreacto fue la actriz quien subió al palco de los reyes para saludar a la Soberana y esta le hizo entrega de un regalo encerrado en precioso estuche: la medalla de primera clase de Dama de la Cruz Roja, con una tarjeta “A la excelentísima señora condesa de Belazote”.
Ya todos los invitados en el Saloncillo, comienza la lluvia de regalos: relojes de brillantes, abanicos antiguos, sombrillas con puños de nácar, porcelanas, bandejas de plata. Curiosamente la obra se titulaba “Una pobre mujer”.
Los días que la pareja Guerrero-Diaz de Mendoza estrenaba, parecía que lo menos importante era la obra a representar, el autor, el reparto. Los espectadores estaban más atentos a los vestidos que lucía la actriz. Los críticos literarios se referían a Maria Guerrero como condesa de Belazote.
Cuando en 1915 se estrenó en Madrid, antes que, en París, la obra “El destino manda” del autor francés Paul Hervie, traducida por Jacinto Benavente, el autor fue recibido como si fuera un Jefe de Estado.
El escenario derrochaba lujo, como era habitual en las representaciones del teatro la Princesa, salvo cuando se tratara de un drama rural como La Malquerida. Los muebles eran propiedad del matrimonio de actores. De buena factura, como los de cualquier palacio de Madrid. En las paredes, dos tapices cedidos para la ocasión por el duque de Tamames. No se podía pedir más lujo en un escenario. El propio autor no salía de su asombro.
La moda de París eclipsó el texto de la obra. Los espectadores estaban pendientes del traje Liberty verde que vestía María Guerrero en el primer acto, modelo exclusivo de Worth. En el segundo acto lucía vestido de terciopelo firmado por Casa Worth, cubierto por un kimono de seda pintado por Mariano Fortuny.
La segunda actriz, María Fernanda Ladrón de Guevara también vestía de Casa Worth y Carmen Ruiz Moragas lucía un traje de amazona de Bouvier.
Paul Hervie, uno de los más ilustres dramaturgos de Francia en esos momentos, es un hombre joven, de pocas palabras, frugal en el comer y en el beber, y muy reservado. Debió sentirse desbordado con tanto agasajo. Varios aristócratas organizaron recepciones en su honor y le colmaron de regalos. Hasta condecoraciones recibió. S.M. el Rey firmó por la mañana un decreto concediéndole la Gran Cruz de Alfonso XII. “Por la noche en el intermedio del primero al segundo acto, el autor cruzó su pecho con la banda morada, y cuando al final de la obra el público reclamó su presencia en la escena, sobre el frac, y en su lado izquierdo, resaltaba la gran placa de la preciada Orden”. Así lo explicaba el cronista León Boyd.