Disección de la mentira
Complejo tema este de la mentira, el cual, últimamente y por circunstancias de la cosa pública española, es la comidilla de la gente respecto a cierto político actual.
«Fulanito es un mentiroso, ¡qué digo mentiroso!, un cínico, un hipócrita de padre y muy Señor mío», «el muy fariseo, trolero, jesuita, falsario… ¡será fullero el tío!», «¡pues es que no dice la verdad ni al médico!, «cuando muera y transporten el féretro, a su paso la gente dirá “mira, ahí va un cuerpo lleno de verdades… porque en su vida no llegó a decir ni una”».
Asertos de ese tenor —y pido disculpas por la referencia a los jesuitas, pero en mi casa se decía con frecuencia— serían algunos de los que la gente repite con indignación para criticar y denunciar a alguien miente como un bellaco.
«¡Déjenme que les diga que yo no he mentido, simplemente he cambiado de opinión!».
Analicemos, pues, esta frase que he escuchado recientemente a un relevante personaje público, con voz engolada y músculos maseteros apretados.
Dice la Real Academia Española que mentira es la «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente», y uno, ante tan rotunda y clara definición, pues nada que objetar. Pero, claro, no deja de ser una expresión académica hecha por meros intelectuales. Creo que en este momento y para dar luz a la cuita planteada, deberíamos acudir a fuentes más solventes para ver qué opinan acerca de este mismo fenómeno. Y nada mejor que recalar en un manantial de aguas claras: la filosofía.
Santo Tomás de Aquino lo soluciona de manera que no deja dudas cuando dijo que la mentira era «locutio contra mentem». ¡Clarísimo y rotundo!, ¿verdad? No tengo duda de que, excepto los de la generación Z y algún milénial despistado, todos ustedes y «ustedas» —uno se cubre las espaldas con lo del lenguaje inclusivo— lo habrán entendido perfectamente, pues el latín era materia obligada cuando en España se estudiaba como Dios manda. Se deduce, pues, que la mentira es mala y la verdad, buena.
Pues tranquilo me quedé con esta idea hasta que llegó Platón a enredarlo todo, dándole cobertura y hasta fungiendo como defensor de la mentira cuando dijo aquello de «De la mentira y el engaño es posible que hayan de usar muchas veces nuestros gobernantes por el bien de sus gobernados». Y, para acabar de enmarañar y confundir, apareció Sócrates a justificar también la mentira. Según él, y en algunos casos, es moralmente aceptable si su fin es noble. ¡Toma ya!
Al escuchar estas cosas, mi mente se agitó sobremanera porque a un humano de a pie, como servidor, le resulta harto difícil poner en solfa la línea de pensamiento de prohombres como los citados. Pero al tiempo, a uno le cuesta tener que aceptar bondades y complacencias sobre la mentira, cuando es conocedor de realidades negativas sobre las mismas.
Y, como buscando una especie de desempate, indagué entre amigos, libros, experiencias y conocidos para ver opiniones, ¡en vano!, pues escuché tan dispersas y diversas líneas de pensamiento que al final no me quedó otra —me había resistido desde un principio, lo confieso— que llegar a un maestro del pensamiento, don Sigmund Freud, a quien, cual oráculo de Delfos, invoqué la solución al conflicto. Y esta fue su académica respuesta dentro del psicoanálisis y la conceptualización de la mentira: «Quien miente sabe que está mintiendo, afirma dentro de sí una verdad, la niega en sus palabras y niega para sí esta negación, reconociéndose como mentiroso».
No sé ustedes, pero la verdad es que yo no me enteré de nada y, lamentablemente, la explicación del maestro me sumió en mayor oscuridad mental.
Así que, estimados amigos, a modo de conclusión y resumen de toda esta disección, solo me queda decirles, así en lenguaje coloquial y para que todos comprendamos, que las siguientes afirmaciones resultarán harto esclarecedoras de lo que es, la mentira:
- Con Bildu no pactaré jamás y si quiere se lo repito siete veces más. ¡Y pactó!
- No podría dormir si llegara a un acuerdo con Pablo Iglesias. ¡Y lo nombró vicepresidente!
- Mi tesis la hice yo y mi libro, también. ¡Que pregunten a Irene Lozano!
- Un sistema democrático se basa en la independencia de los tres poderes sin injerencias de unos sobre otros. ¡Y se cargó al pobre Montesquieu!
- No habrá amnistía a los golpistas catalanes. ¡Y la hubo!
- Traeré a Puigdemont detenido para que rinda cuentas ante la justicia. ¡Vino, se paseó y se largó con viento fresco!
- Mi primera preocupación serán las víctimas del terrorismo. ¡Y da el pésame por el suicidio de un etarra, en sede parlamentaria, a su cuadrilla!
- Nunca se rebajará la condena a un violador. ¡Por cientos!
- Haremos nosecuantos miles de viviendas ¿Hay alguna por ahí…?
Pues, estimados lectores, para que este compendio de ejemplos resulte políticamente correcto, habríamos de convenir que no son mentiras notorias, públicas y «hemerotecadas», ¡no!, son simples «cambios de opinión». ¡Entérense!
¡Ah!, y disculpen lo deje aquí, pero tengo que ir al masajista, que se me han puesto los maseteros como los brazos de Stallone.