En Román Paladino

Dios en los versos de Juana de Ibarbourou

Primero, cuando niña y adolescente, se llamaba Juana Fernández Morales. No era posible negar --ni ella lo hizo nunca-- su ascendencia española. De la región gallega procedía su padre y de familia andaluza su madre. Por eso, cuando llega a Nueva York, escribe entre asombrada y desdeñosa: "Mi tensa piel de criolla y española/ echaré sobre el hombro de una ola/ al bajar en su puerto desmedido". Después, a renglón seguido, muestra con emoción su acendrado sentimiento religioso: "He de vivir la vida neoyorquina, / sin mi severa falda de latina, / pero el rosario al puño, suspendido". Fernández Almagro comentaba hace años que "esta paladina confesión enlaza a Juana de Ibarbourou con la tradición católica de España en Indias, sin que sea fácil encontrar muchos puntos de contacto con otras poetisas de Hispanoamérica, a no ser en Gabriela Mistral".

Hace años, como es sabido, murió la eximia poetisa en su residencia de Montevideo. Al filo de la medianoche, en esa hora. cervantina de la llegada de Don Quijote y Sancho al Toboso. También Juana de Ibarbourou admiraba profundamente el idealismo de Alonso Quijano, como una muestra de su amor a España, de devoción por nuestra cultura literaria. Y tras mucho tiempo de su andadura humana, es hora de volver a sus libros, de extraer de sus poemas todos sus matices y sugerencias. Llama poderosamente la atención la fuerza de sus metáforas, su pasión por la naturaleza, lo selecto de su vocabulario. Y al mismo tiempo su manera de sentir a Dios en sus versos. 

 Entre los muchos ejemplos que podrían citarse, llega a mi memoria el del Soneto a una palma, escrito por Juana de Ibarbourou con motivo del singular monumento que la ciudad de Montevideo le dedicó. El símbolo monumental es una armoniosa "palma fénix", frente a la cual se alza una estela de granito con una lápida de mármol con estas palabras: "La palma a Juana de Ibarbourou". "Palma fénix", según su etimología, quiere decir algo así como "exquisita y única en su género". Y así comienza el mencionado soneto: "Ya sin hambre ni sed, apenas alma, / apenas cuerpo que se va durmiendo;/ toda lúcida mente es como entiendo/ la infinitud de Dios en esta palma". 

Efectivamente, está Dios en estos y en otros muchos versos de la gran Juana de América, nombre por el que también es conocida en todo el mundo. Y ahora, después de tanto tiempo, recordando su muerte, cobran una mayor significación. Ya no es "apenas alma", sino toda alma la admirada poetisa, y ya su obra, cerrada por completo, se nos, presenta como una inmensa sinfonía; una inmensa sinfonía de tiempo y de nostalgia, de amor y de soledad, Unamuno consideró a la autora de "castísima desnudez espiritual". Ignoro si la habrán enterrado a flor de tierra como pedía a su amado en Las lenguas de diamante, pero de cualquier modo su nombre y su obra quedarán siempre cerca del corazón de sus lectores. Ya han cobrado su fin auténtico aquellos versos de su poema Angor Dei, donde dice: "con la frente en el polvo, te ofrezco el cuerpo mío, / para comprar con él las legiones del odio".

Un poema realmente impresionante.