La dignidad de Víctor Herrero
Ya se había perdido la cuenta de los años que habían pasado, desde que Rafael Peralta alojó sus caballos en las cuadras del Palacio del conde de Montarco, para tomar parte del postinero festival del sábado de Carnaval. Pues los que hemos doblado la bisagra del medio siglo de vida, no alcanzamos a verlo; por la sencilla razón de que no habíamos nacido. Muy pocas han sido las ocasiones en que se ha recordado tal evento, se sabe que aquella tarde salió a la arena de la plaza mayor, con la yegua Cabriola; por primera vez tras haber rodado una película, con Marisol, archifamosa actriz de aquel momento. Sólo el hecho de haber pasado décadas sin repetirse la experiencia ecuestre, deja claro que artísticamente no llegó la sangre al rio.
Aún no se habían encendido las luces de Navidad, cuando se corrieron las voces de que la junta directiva de los montadores de los tablados, que configuran el graderío de asientos de la peculiar plaza mayor de Ciudad Rodrigo, quería proponer y sufragar algo especial. El rumor se hizo realidad, anunciando la actuación del rejoneador Víctor Herrero. Todo el mundo sabía de la gran dificultad que entraña semejante aventura, pues enfrentarse a un utrero en una plaza rectangular, estrecha, alargada y cuesta abajo, puede cerrar el círculo de condiciones que imposibiliten el toreo a caballo.
Pero ahí estaban Víctor Herrero y su gente, dándole al evento, la medida y prudente, pero muy cuidada, difusión que tal festejo requería. Con la intención de llegar a Ciudad Rodrigo, desde sus cuadras de la vecina localidad de El Bodón, su pueblo, con verdaderas esculturas de carne y hueso: sus caballos. Ha sido la paciencia en doma y entrenamiento, la afición intuitiva y el crecer juntos, en la tenacidad del picadero y plaza de tientas; lo que le ha permitido aflorar en, el a priori peor escenario, de la mejor de las maneras. Caballos de rejoneo, en toda la expresión de la palabra, algunos de su propio hierro, que dejaron claro, que esto es entrega, cabeza y corazón; donde nada se improvisa, ni se imposta, que sólo hay que buscar la suerte suficiente para que se haga presente la mayor parte del sudor y los sueños, acumulados en el tiempo.
La tarde estaba plomiza y amenazante, y se había alargado con la interesante novillada de los cuatro finalistas del Bolsín. En esto que un gran novillo de El Canario con presencia, y una embestida noble y entregada, alargando el cuello como sólo lo hacen los animales que tienen casta y nobleza enclasadas, se encontró con el temple, la entrega, las cercanías, la pausa y la verdad necesarias; para que se pudiera hablar de verdadero toreo a caballo. Se vieron lances de toreo, que puede firmar cualquiera, y escasearon errores o negligencias, en los que el rejoneador más avezado, puede caer. Aunque nunca sale todo redondo, se puede decir que el rejoneo volvió a la plaza mayor de Ciudad Rodrigo, por los admirables caminos de la dignidad. La dignidad de Víctor Herrero.