El día de mañana
Recordé en estos días aquel filme "The Day After Tomorrow" de cine apocalíptico donde todo colapsa, la imagen de Donald Trump y Volodímir Zelenski con un casual Macron pasando por allí, en el Funeral del Papa Francisco y la reunión por la paz “improvisada” (nada es improvisado en esas esferas de poder) dentro del Vaticano, y la salida del servicio de la Red Eléctrica Española que arrastró a Portugal y Francia. Me hicieron recordar una vez más la fragilidad del mundo que nos rodea, otra vez los titulares del miedo se hicieron cargo de las portadas de todos los medios digitales. Todo esto es verdad y no deja de ser inquietante, pero amo tanto al pueblo español que no puedo dejar de observar en las reacciones de la sociedad, hago hincapié en los bomberos y servicios de seguridad asistiendo a personas aisladas en sus apartamentos que tenían alguna discapacidad motora, también a aquellos que se bajaron de sus automóviles para tratar de ordenar el tránsito, por supuesto la imagen viral de un propietario de un campo cortando el alambrado para llevar comida y agua a los cientos de pasajeros varados por la detención de un tren, no dejan de sorprenderme las actitudes del común de la gente y para bien.
Pero hoy aterrizo mis cinco sentidos en un recuerdo de mi juventud, he ido más de una vez al café Tortoni de la Ciudad de Buenos Aires, un bar fundado en el año 1858 en Av. De Mayo 825, pero no es tanto el lugar hermoso e histórico de paredes afuera, sino su historia de paredes adentro la que me atrapó siempre, en una de sus mesas se sentaba Jorge Luis Borges, tenía una preferida (donde me senté alguna vez) y escribía con su mano, seguramente tantas letras que llenaron nuestras vidas, también se sentaron Julio Cortázar que habrá visto atravesar las puertas del café a Cronopios y Famas, o Alfonsina Storni escribiendo algún poema de amor.
Hoy cuando se atraviesa la puerta del Tortoni no hay papel en blanco, ni tinta, sólo pantallas que se multiplican en las manos abandonando las charlas y las admiraciones del lugar, por selfies que se olvidan de la historia.
Pensaba en el apagón y en los bares cercanos a la Puerta de Alcalá, o en los que están por mi Valencia allí por el carrer de Ruzafa, recuerdo el aire de esos amaneceres fríos de una primavera recién arribada, en la necesidad de volver la mirada a ese interior abandonado, dejado de lado por la imagen y la celeridad de cada día.
Confieso que en algún rincón de mí, me agradó encontrar que muchos aprovecharon el colapso del sistema para encontrarse en un bar y compartir una cerveza, un bocata o un café. Como lo he dicho, amo al Pueblo Español por sus formas de resolver las cosas, pero sobre todo porque tienen esa magia de una historia compartida de palabras y de gestos, de voces y de literatura, y no dejo de pensar que tal vez vaya siendo hora de no esperar a ese día de mañana para volver a compartir de nuevo las miradas, y las palabras con las pantallas apagadas.